Fray en Hamburgo

Mi año de prácticas Erasmus en Alemania... y lo que se tercie!

Llamé el otro día a mi amiga Majo, sevillana desocupada de la vida, para que se viniera a mi jardín a tomar el sol en uno de los mejores días que ha visto Hamburgo este año. Así que me puse el bañador, se puso ella el bikini, y nos tumbamos en el césped de mi jardín. A unos metros, jugaban en unos columpios un grupo de niños alemanes que no contaban seis años.

Tomábamos el sol tranquilamente, cuando Majo me dio un golpe en el brazo y me dijo "por favor mira delante nuestro". Levanté la cabeza, y allí había una fila de ocho niños de pie, mirándonos y susurrándose cosas al oído. Daban bastante miedo. Después de un rato de silencio, una de las niñas, al ver que les mirábamos, nos preguntó "¿estáis enamorados?". Majo y yo no pudimos evitar el decir que sí, para darle un poco de gracia al asunto. Mala idea, porque a esta pregunta se sucedieron otras como "¿os dais besos?","¿os ducháis juntos?","¿os enamoráis también delante de vuestros padres?". La cosa fue degenerando en preguntas como "¿tenéis un caballo?". Como habían cogido confianza, muchos de ellos nos dijeron sus direcciones, y los más atrevidos sus números de teléfono. Algunos de ellos, más sensatos, cortaban a sus otros amigos cuando empezaban a recitar los números con un sonoro "shhh", intuyendo que podría ser peligroso. 

La mente de un niño alemán de seis años es maravillosa. Sin embargo, esto de acercarse a hacer preguntas inconvenientes no lo hacen cuando somos más de tres personas tomando el sol, así que simplemente nos juntamos varios y nos evitamos situaciones como esas. Qué peligrosos son los niños alemanes de hoy en día.

Y finalmente llegó la que se prometía como una de las fiestas más importantes del año en Hamburgo. La famosa y tan anunciada MULTI KULTI, organizada desde hace ya varios años a comienzos de Junio en Europa Haus. El mecanismo de la fiesta es simple: en cada piso está asignada una nacionalidad. De esta manera, en el primero piso estaban Polonia y Francia, en el segundo Italia y Grecia, más arriba Inglaterra y Países Escandinavos, y en lo alto, Alemania y España. Cada piso estaba encargado de la decoración y de la comida, la cual había que vender. 


Aunque no sea residente en la Europa, paso más tiempo aquí que muchos de los que ahí viven, así que fui  integrado en el equipo español para hacer un total de doce tortillas de patata. Además de eso, también preparamos gazpacho andaluz, paella, pan tumaca, natillas, torrijas, y 70 litros de sangría. Todo lo vendíamos a 50 céntimos, menos el plato de paella que valía 1 euro. Con respecto a nuestro atuendo, no nos rompimos mucho la cabeza: vestimos una camisetas de la selección, y como hacía calor pues de paso nos pusimos de verano con chanclas y pantalones cortos, junto con unas necesarias gafas de sol. 

En otros pisos se cocinaban otras delicatessen: por ejemplo, en el italiano, había infinitas cantidades de pizza, la cual era vendida en trozos ridículamente pequeños que luego se cobraban a 50 céntimos. Intolerable. En el piso francés hubo un pollo guisado que fue de lo mejor de la fiesta, y con respecto a los escandinavos, triunfaron sus shots de gelatina vendidos a 50 céntimos cada uno. Los ingleses habían montado una triste fiesta que consistía en vender comida que era todo menos típica inglesa; en realidad lo tenían complicado porque no existe comida típica inglesa digerible, y ninguno de ellos estaba dispuesto a comprar roast beef, así que se decantaron por hacer kilos de brownie. Por el piso griego apenas estuve un momento, y por el polaco y el alemán tampoco. Había rumores de que en el alemán había minijuegos con alcohol, pero quedaron en un triste segundo plano debido a que en el piso de enfrente estaba alojada la mejor fiesta de todo el evento, que era la de nuestro piso y con notable diferencia sobre las demás.

Se comentaba en muchos pisos que lo mejor de la MULTI KULTI fue una tortilla de patata del piso español. No se equivocaban. Aunque en realidad todo lo que hicimos nosotros fue no menos que excelente. Amenizamos el pase de la gente por nuestro piso con sevillanas, coreografías de la Macarena y del Aserejé, y fundamentalmente "flamenquito del bueno", ese que tanto aborrezco pero que tanto pega en esta clase de fiestas. Al final acabó por gustarme y todo. La noche acabó con grandes ganancias por parte del piso español, y con gran fiesta en el bar de la Europa. Ni siquiera hizo falta irse a Reeperbahn luego.

Qué abandono tan imperdonable del blog. Como llevo semanas sin escribir, dedicaré hoy que tengo tiempo a contar mi viaje al sur de Alemania y Salzburgo que hice la semana pasada, y demás novedades.

Decididos a irnos de viaje unos días, Laura, Majo, Celia, Alex y yo alquilamos un coche para pasar cinco días en Múnich y Salzburgo, con paradas en Nürenberg y Neuschwanstein. Acordamos el presentarnos en la estación de Altona para recoger nuestro coche en el Sixt  el jueves a las siete de la mañana. Allí nos encontramos con el primer contratiempo del viaje: no habíamos especificado en la reserva por internet que queríamos un coche para cinco personas, así que nos asignaron un minúsculo Mini en el sólo había espacio para cuatro personas, y ninguno para nuestros equipajes. Alejandro, preso de una asesina ira, fue a reclamar con su inglés a la alemana que atendía en el mostrador del Sixt. Al más puro estilo medieval, conseguimos hacer un trato mediante el cual se nos proporcionaba un coche más grande en el que cupiéramos todos, pero sin GPS. Pobres de nosotros al aceptar esa proposición y no seguir reclamando lo que por derecho era nuestro. Aún así, emprendimos camino, cómodamente sentados en un coche sin sistema de navegación alguno.

Después de dar vueltas como tontos y acabar casi en Bremen, conseguimos ponernos en la buena dirección para hacer parada en Nürenberg. Fueron suficientes tres horas para dejarla vista para sentencia y sin necesidad de volver nunca más. Lo mejor de Nürenberg, el segundo helado que allí nos tomamos, y que ha sido de lo más rico que he probado con respecto a helados. Nos pusimos dirección Múnich, y después de pasar desagradables avatares, llegamos a nuestro hostal. Era ya noche cerrada y estábamos derrotados del viaje, así que nos tomamos en el bar del hostal una Augustiner, cerveza típica de la zona, y nos fuimos a dormir hasta el día siguiente. 


Madrugamos el viernes  para hacer el free tour de Munich, que empezaba a las 10:45 de la mañana y se prolongaría unas tres horas. El madrugón de ese día me sirvió para enterarme de que Celia se cabrea con excesiva facilidad cuando, recién levantada, hablas mucho. Interesante el tour, y simpático el guía, un estudiante erasmus que llevaba allí siete meses. No podíamos irnos de Munich sin probar un delicioso codillo de cerdo por el que pagamos tres míseros euros (después de las tres de la tarde es todo más barato en la capital bávara, o esa fue mi teoría durante esos días). No podíamos abandonar Munich sin pasar unas horas en la München Hofbräuhaus, famoso lugar de comidas y bebidas en el que uno no puede sino pedir jarras de un litro de cerveza sin control alguno. Muy divertida la noche, para recordar. Detalles no. En general, muy curiosa la ciudad de Munich, pero mucho menos de lo que la gente dice. Quizá todo sea cuestión de volver a visitarla con más calma. Me sorprendió el acento del sur, suena como si un polaco hablara un gramaticalmente perfecto alemán. Nada que ver con el perfecto y señorial acento del norte.

Al día siguiente, y siguiendo el plan, arrancamos de nuevo el coche para visitar Neuschwanstein, un famoso castillo neogótico que mandó construir Luis II, el rey loco, y que hoy es uno de los destinos más visitados en Alemania. Curiosidades relacionadas: es el castillo que eligió Disney como modelo para el castillo de la Bella Durmiente.  Yo personalmente recomendaría a futuros visitantes que no compraran en ningún caso el ticket para hacer la visita guiada, que ni siquiera se prolonga más de media hora y apenas enseña algo del interior del castillo. Es lo que yo llamo una estafa al consumidor. Al comprar el ticket no te lo cuenta nadie, pero la visita al patio interior del castillo y las vistas del mismo desde el puente Mariensbrücke son totalmente gratuitas, que por cierto eslo único que merece la pena. Aún así, las vistas muy impresionantes y dignas de ser visitadas .

Ese mismo sábado por la tarde nos pusimos dirección a Salzburgo, al que tardaríamos unas cuatro horas en llegar. No sin pasar cierto apuro para encontrar el hostal, que se encontraba a las afueras de Salzburgo y no precisamente en el centro, nos fuimos a dar una primera vuelta por el centro, al que llegamos a pesar de las inútiles indicaciones que nos dio la chica de recepción, que, al igual que la que nos atendió en Sixt, no sabía ni dónde tenía la mano derecha. Su inglés se reducía a decir repetidamente "bus every 15 minutes", "yes", "no", o sus miradas se perdían en el horizonte cuando le preguntabas algo. Afortunadamente, hacía unos huevos fritos muy ricos para desayunar, porque también era la encargada del buffet. Nuestra incursión nocturna al centro de Salzburgo acabó con una suculenta cena en un restaurante italiano en el que todos pedimos calzone, acompañado por una Edelweiss, cerveza típica de la zona.

Al día siguiente, turismo intenso por la ciudad de Salzburgo, de la que puedo decir que es una de las ciudades más bonitas (no me gusta mucho utilizar este adjetivo, pero supongo que es que el que más se ajusta a lo que vi) que he visitado en lo que ha sido mi vida hasta ahora. De lo mejor del viaje junto con la noche en la Hofbräuhaus de Munich. Lástima que no llegáramos a tiempo a visitar la casa natal de Mozart, que cerraba exageradamente pronto, alrededor de las cinco de la tarde.


Al día siguiente, ya lunes, tocaba hacerse el camino de vuelta a Hamburgo desde Munich. Muy cansada por cierto, suerte que la acompañamos con cotilleos e historias chanantes que nos entretuvieron durante casi nueve horas. Muy buen viaje, para no olvidar, sobre todo por la gente que venía conmigo.