Fray en Hamburgo

Mi año de prácticas Erasmus en Alemania... y lo que se tercie!

Ningún remedio puede ayudar a un blog que se abandonó a sí mismo, que es lo que esencialmente ocurrió durante el mes de julio de este año. Disculpas a mis fieles (y no tan fieles) seguidores, pero todo es justificable. Interminables jornadas en la oficina terminando el proyecto y la memoria, haciendo presentaciones de los resultados a mis jefes, mientras fuera el Sol comenzaba a brillar en Hamburgo como no lo había hecho en ocho meses. Tuve mi pequeño Trianón en Stadtpark y en Sternschanze, para retiro durante los fines de semana dónde no me llevaba trabajo a casa, pero en ningún caso en este blog, que entonces suponía un esfuerzo que no merecía la pena, principalmente por falta de novedades.

Pasaba Julio, y se sucedían fiestas y reuniones de despedida, a las que no me quedaba más remedio que no asistir, salvo a cenas puntuales en casa de Luis o Alex. Y sin haberme dado siquiera cuenta, había llegado el último fin de semana de Julio, que acababa en 1 de Agosto, día en el que me volvía a España. "Bye bye amigos, hasta otro ratito", como decía aquella. Y volví con el proyecto hecho, no así con la memoria del mismo, aunque mi jefa me había dicho que tenía todo Agosto para hacerla. Posiblemente pudiera haber terminado todo mucho antes de que llegara el fin del contrato, pero la inocente cautela de mi jefa a la hora de hacer planes de proyecto, y su timidez acongojante ante las decisiones violentas de mi otro jefe, retrasaron las fases del trabajo sistemáticamente. Mi teoría, que a día de hoy todavía no se ha probado falsa, es que siempre existió una velada hostilidad entre ambos de la que acabé siendo daño colateral. Como dijo abiertamente Gengis Kan, el conquistador del mundo: "No puede haber dos soles en el cielo, ni dos kanes en la tierra". En realidad nada grave, todo esto es inherente a la investigación, o así se me explicó repetidas veces.

Habiéndome reencontrado con buenos amigos a los que echaba de menos en Madrid, Galicia y Barcelona, terminada la memoria del proyecto, y descansado convenientemente, me he vuelto a Hamburgo el primer día de este mes de Octubre. Ya estaban aquí Luis y Álex, fieles compañeros en diabluras y verbenas, y otros amigos que aún no tienen el dudoso honor de ser mencionados en este espacio. Todo se andará.

Panorama un tanto desolador el de este año. Pues si el año pasado viví el principio de mi segundo Erasmus no sin ciertas reservas (que más tarde se descubrieron injustificadas), entonces este año no deja lugar a dudas: mi fama y mi valer no han de ser estropeados por nuevas locuras adolescentes con estudiantes de intercambio, que este año no son otra cosa que eso, adolescentes. En un principio pensé que me había hecho súbitamente viejo, pero un estudio más serio de los recién llegados me sacó de mi error: todos son niños sufriendo las modificaciones propias del paso de la infancia a la edad adulta. En otras palabras, en plena pubertad. Y no representan ellos otra cosa que la infranqueable sima que separa mi vida de estudiante de intercambio, con la que llevo aquí ahora.

Sin quehacer ninguno en Hamburgo, salvo el juntarme con amigos o estudiar alemán, estoy condicionado por las férreas e intrigantes voluntades de los departamentos de recursos humanos de varias empresas, en espera de cita para una entrevista de trabajo. Todo se reduce a quedarme en Hamburgo, o mudarme a Zurich. Difícil decisión el tener que elegir entre la ya entrañable ciudad hanseática, o el poder medrar bajo la alargada sombra de la banca suiza. Cada cosa tiene sus pequeñas ventajas e inconvenientes. En qué acabará este capítulo, aun no lo sé, aunque mi destino y Madrid están trabados indisolublemente, y antes o después acabaré plantándome de nuevo allí para no moverme.

Llamé el otro día a mi amiga Majo, sevillana desocupada de la vida, para que se viniera a mi jardín a tomar el sol en uno de los mejores días que ha visto Hamburgo este año. Así que me puse el bañador, se puso ella el bikini, y nos tumbamos en el césped de mi jardín. A unos metros, jugaban en unos columpios un grupo de niños alemanes que no contaban seis años.

Tomábamos el sol tranquilamente, cuando Majo me dio un golpe en el brazo y me dijo "por favor mira delante nuestro". Levanté la cabeza, y allí había una fila de ocho niños de pie, mirándonos y susurrándose cosas al oído. Daban bastante miedo. Después de un rato de silencio, una de las niñas, al ver que les mirábamos, nos preguntó "¿estáis enamorados?". Majo y yo no pudimos evitar el decir que sí, para darle un poco de gracia al asunto. Mala idea, porque a esta pregunta se sucedieron otras como "¿os dais besos?","¿os ducháis juntos?","¿os enamoráis también delante de vuestros padres?". La cosa fue degenerando en preguntas como "¿tenéis un caballo?". Como habían cogido confianza, muchos de ellos nos dijeron sus direcciones, y los más atrevidos sus números de teléfono. Algunos de ellos, más sensatos, cortaban a sus otros amigos cuando empezaban a recitar los números con un sonoro "shhh", intuyendo que podría ser peligroso. 

La mente de un niño alemán de seis años es maravillosa. Sin embargo, esto de acercarse a hacer preguntas inconvenientes no lo hacen cuando somos más de tres personas tomando el sol, así que simplemente nos juntamos varios y nos evitamos situaciones como esas. Qué peligrosos son los niños alemanes de hoy en día.

Y finalmente llegó la que se prometía como una de las fiestas más importantes del año en Hamburgo. La famosa y tan anunciada MULTI KULTI, organizada desde hace ya varios años a comienzos de Junio en Europa Haus. El mecanismo de la fiesta es simple: en cada piso está asignada una nacionalidad. De esta manera, en el primero piso estaban Polonia y Francia, en el segundo Italia y Grecia, más arriba Inglaterra y Países Escandinavos, y en lo alto, Alemania y España. Cada piso estaba encargado de la decoración y de la comida, la cual había que vender. 


Aunque no sea residente en la Europa, paso más tiempo aquí que muchos de los que ahí viven, así que fui  integrado en el equipo español para hacer un total de doce tortillas de patata. Además de eso, también preparamos gazpacho andaluz, paella, pan tumaca, natillas, torrijas, y 70 litros de sangría. Todo lo vendíamos a 50 céntimos, menos el plato de paella que valía 1 euro. Con respecto a nuestro atuendo, no nos rompimos mucho la cabeza: vestimos una camisetas de la selección, y como hacía calor pues de paso nos pusimos de verano con chanclas y pantalones cortos, junto con unas necesarias gafas de sol. 

En otros pisos se cocinaban otras delicatessen: por ejemplo, en el italiano, había infinitas cantidades de pizza, la cual era vendida en trozos ridículamente pequeños que luego se cobraban a 50 céntimos. Intolerable. En el piso francés hubo un pollo guisado que fue de lo mejor de la fiesta, y con respecto a los escandinavos, triunfaron sus shots de gelatina vendidos a 50 céntimos cada uno. Los ingleses habían montado una triste fiesta que consistía en vender comida que era todo menos típica inglesa; en realidad lo tenían complicado porque no existe comida típica inglesa digerible, y ninguno de ellos estaba dispuesto a comprar roast beef, así que se decantaron por hacer kilos de brownie. Por el piso griego apenas estuve un momento, y por el polaco y el alemán tampoco. Había rumores de que en el alemán había minijuegos con alcohol, pero quedaron en un triste segundo plano debido a que en el piso de enfrente estaba alojada la mejor fiesta de todo el evento, que era la de nuestro piso y con notable diferencia sobre las demás.

Se comentaba en muchos pisos que lo mejor de la MULTI KULTI fue una tortilla de patata del piso español. No se equivocaban. Aunque en realidad todo lo que hicimos nosotros fue no menos que excelente. Amenizamos el pase de la gente por nuestro piso con sevillanas, coreografías de la Macarena y del Aserejé, y fundamentalmente "flamenquito del bueno", ese que tanto aborrezco pero que tanto pega en esta clase de fiestas. Al final acabó por gustarme y todo. La noche acabó con grandes ganancias por parte del piso español, y con gran fiesta en el bar de la Europa. Ni siquiera hizo falta irse a Reeperbahn luego.

Qué abandono tan imperdonable del blog. Como llevo semanas sin escribir, dedicaré hoy que tengo tiempo a contar mi viaje al sur de Alemania y Salzburgo que hice la semana pasada, y demás novedades.

Decididos a irnos de viaje unos días, Laura, Majo, Celia, Alex y yo alquilamos un coche para pasar cinco días en Múnich y Salzburgo, con paradas en Nürenberg y Neuschwanstein. Acordamos el presentarnos en la estación de Altona para recoger nuestro coche en el Sixt  el jueves a las siete de la mañana. Allí nos encontramos con el primer contratiempo del viaje: no habíamos especificado en la reserva por internet que queríamos un coche para cinco personas, así que nos asignaron un minúsculo Mini en el sólo había espacio para cuatro personas, y ninguno para nuestros equipajes. Alejandro, preso de una asesina ira, fue a reclamar con su inglés a la alemana que atendía en el mostrador del Sixt. Al más puro estilo medieval, conseguimos hacer un trato mediante el cual se nos proporcionaba un coche más grande en el que cupiéramos todos, pero sin GPS. Pobres de nosotros al aceptar esa proposición y no seguir reclamando lo que por derecho era nuestro. Aún así, emprendimos camino, cómodamente sentados en un coche sin sistema de navegación alguno.

Después de dar vueltas como tontos y acabar casi en Bremen, conseguimos ponernos en la buena dirección para hacer parada en Nürenberg. Fueron suficientes tres horas para dejarla vista para sentencia y sin necesidad de volver nunca más. Lo mejor de Nürenberg, el segundo helado que allí nos tomamos, y que ha sido de lo más rico que he probado con respecto a helados. Nos pusimos dirección Múnich, y después de pasar desagradables avatares, llegamos a nuestro hostal. Era ya noche cerrada y estábamos derrotados del viaje, así que nos tomamos en el bar del hostal una Augustiner, cerveza típica de la zona, y nos fuimos a dormir hasta el día siguiente. 


Madrugamos el viernes  para hacer el free tour de Munich, que empezaba a las 10:45 de la mañana y se prolongaría unas tres horas. El madrugón de ese día me sirvió para enterarme de que Celia se cabrea con excesiva facilidad cuando, recién levantada, hablas mucho. Interesante el tour, y simpático el guía, un estudiante erasmus que llevaba allí siete meses. No podíamos irnos de Munich sin probar un delicioso codillo de cerdo por el que pagamos tres míseros euros (después de las tres de la tarde es todo más barato en la capital bávara, o esa fue mi teoría durante esos días). No podíamos abandonar Munich sin pasar unas horas en la München Hofbräuhaus, famoso lugar de comidas y bebidas en el que uno no puede sino pedir jarras de un litro de cerveza sin control alguno. Muy divertida la noche, para recordar. Detalles no. En general, muy curiosa la ciudad de Munich, pero mucho menos de lo que la gente dice. Quizá todo sea cuestión de volver a visitarla con más calma. Me sorprendió el acento del sur, suena como si un polaco hablara un gramaticalmente perfecto alemán. Nada que ver con el perfecto y señorial acento del norte.

Al día siguiente, y siguiendo el plan, arrancamos de nuevo el coche para visitar Neuschwanstein, un famoso castillo neogótico que mandó construir Luis II, el rey loco, y que hoy es uno de los destinos más visitados en Alemania. Curiosidades relacionadas: es el castillo que eligió Disney como modelo para el castillo de la Bella Durmiente.  Yo personalmente recomendaría a futuros visitantes que no compraran en ningún caso el ticket para hacer la visita guiada, que ni siquiera se prolonga más de media hora y apenas enseña algo del interior del castillo. Es lo que yo llamo una estafa al consumidor. Al comprar el ticket no te lo cuenta nadie, pero la visita al patio interior del castillo y las vistas del mismo desde el puente Mariensbrücke son totalmente gratuitas, que por cierto eslo único que merece la pena. Aún así, las vistas muy impresionantes y dignas de ser visitadas .

Ese mismo sábado por la tarde nos pusimos dirección a Salzburgo, al que tardaríamos unas cuatro horas en llegar. No sin pasar cierto apuro para encontrar el hostal, que se encontraba a las afueras de Salzburgo y no precisamente en el centro, nos fuimos a dar una primera vuelta por el centro, al que llegamos a pesar de las inútiles indicaciones que nos dio la chica de recepción, que, al igual que la que nos atendió en Sixt, no sabía ni dónde tenía la mano derecha. Su inglés se reducía a decir repetidamente "bus every 15 minutes", "yes", "no", o sus miradas se perdían en el horizonte cuando le preguntabas algo. Afortunadamente, hacía unos huevos fritos muy ricos para desayunar, porque también era la encargada del buffet. Nuestra incursión nocturna al centro de Salzburgo acabó con una suculenta cena en un restaurante italiano en el que todos pedimos calzone, acompañado por una Edelweiss, cerveza típica de la zona.

Al día siguiente, turismo intenso por la ciudad de Salzburgo, de la que puedo decir que es una de las ciudades más bonitas (no me gusta mucho utilizar este adjetivo, pero supongo que es que el que más se ajusta a lo que vi) que he visitado en lo que ha sido mi vida hasta ahora. De lo mejor del viaje junto con la noche en la Hofbräuhaus de Munich. Lástima que no llegáramos a tiempo a visitar la casa natal de Mozart, que cerraba exageradamente pronto, alrededor de las cinco de la tarde.


Al día siguiente, ya lunes, tocaba hacerse el camino de vuelta a Hamburgo desde Munich. Muy cansada por cierto, suerte que la acompañamos con cotilleos e historias chanantes que nos entretuvieron durante casi nueve horas. Muy buen viaje, para no olvidar, sobre todo por la gente que venía conmigo.

En castellano, cumpleaños del puerto. Y es que este fin de semana el puerto de Hamburgo, de los más importantes del mundo por razones que ya expliqué en este blog hace meses, ha cumplido 821 años. Y qué mejor forma de celebrarlo que a la alemana: montando en el puerto centenares de casetas donde se distribuye cerveza constantemente, e incontables puestos de salchichas alemanas vendidas a un módico precio de 2,50€, donde se podían consumir las clásicas Brawürste y Currywürste, que tanto nos gustan.


El programa de actividades se prolongaba desde el viernes por la mañana hasta el domingo (hoy) bien entrada la noche. Nuestro primer contacto con el Hafen fue el viernes a las 23:30, coincidiendo con la llegada del Queen Mary 2, uno de los trasatlánticos más grandes y lujosos del mundo, y que hace escala en Hamburgo en esta fecha. Realmente impresionante, lástima que no hiciera foto por propia torpeza: me dejé la batería de la cámara en casa. Que no cunda el pánico, adjunto aquí una foto saliendo del puerto, pasando por delante Fischmarkt. Con respecto al resto del ocio que se había organizado, espectáculo de fuegos artificiales el sábado por la noche, exhibición de globos aerostáticos, multitud de barcos convertidos en museos para visitarlos, y millones de alemanes paseando de un lado para otro. Realmente agobiante. No conseguimos sacarle todo el partido al evento, principalmente porque se sucedían fiestas de otra clase en otras zonas de Hamburgo que requerían asistencia casi obligatoria, como la fiesta británica que se organizó el viernes en Europa Haus. Realmente brittish, aunque sin mucho británico. La gente optó por vestirse con camisas blancas y polos claros, estilo Wimbledon.

Y hoy, último día de cumpleaños del Hafen, hubiera sido visita obligada ir de nuevo, si no fuera porque el Sankt Pauli, equipo de fútbol de Hamburgo, ha subido a primera división. Los alemanes no han escatimado en recursos, y han paralizado la Reeperbahn para organizar un visionado del último partido de la liga donde jugaba el Sankt Pauli, a pesar de que el equipo estaba matemáticamente en primera división desde la semana pasada. Esta clase de ocios siempre están acompañados de lo anteriormente expuesto: puesto de cerveza insultantemente cara pero que todo el mundo consume como si fuera agua, y grill de salchichas disparadas de precio pero que también todo el mundo come. Gran fiesta la montada hoy en Reeperbahn, en la que Alex, Majo, Luis y yo nos tiramos casi tres horas al cántico de melodías interpretadas por bandas alemanas de rock en directo, canciones de ACDC, e himnos de hamburgueses borrachos.

Al final hemos echado allí la tarde entera. A nuestra vuelta, cena en casa de Majo, que nos ha convidado a patatas fritas y san jacobos, y vuelta a casa, que mañana me toca madrugar para ir a trabajar. Hace unos días sentí verdadera sensación de agobio al calcular cuánto me queda de estar aquí en Hamburgo: no llega a tres meses. Me hace pensar que debería darle un fuerte acelerón al proyecto, así que prometo hacerme progresivamente más responsable. Hasta más ver.

Una semana es lo que he tardado en abrir de nuevo el blog para escribir cosas nuevas. Entre el proyecto, la re-apertura del bar de la Paul Sudeck el miércoles y mi vuelta al gimnasio, poco tiempo he tenido para contar nada. Comienzo con la crónica del Queen's birthday en Amsterdam la semana pasada.

Si coordinar a más de ocho personas para salir de fiesta por Reeperbahn ya es un trabajo de Hércules, el hacerlo con 21 personas para irse hasta Amsterdam prometía ser peor que el calvario de Cristo. Sin embargo, mis pronósticos erraron en su mayoría, pues a pesar de que fue aparatoso el organizar a tantas personas en cuatro coches diferentes previamente alquilados, casi todo salió según lo previsto, salvo pequeños detalles. Preparados un jueves para salir y con un intolerable amasijo de equipajes malamente amontonados en los maleteros de los coches, marcamos en nuestros GPS's el camping a las afueras de Amsterdam en el que nos alojaríamos. Después de cuatro horas de viaje, allí aparecimos. Curioso paraje destinado al descanso, formado por un sesudamente organizado complejo de bungalós de ocho personas cada uno, y donde para ducharse era necesario acercarse a recepción a comprar fichas que hicieran correr el agua caliente. Muy cómodo.

Sin fuerzas para nada esa misma noche, sacrificamos la fiesta de ese día, estuvimos de charla unas horas en los bungalós, y nos acostamos para levantarnos pronto al día siguiente, cumpleaños de la reina. Lo que en realidad se celebra en este día no es el cumpleaños de la reina actual, a la que tachan de loca y extravagante, sino el de la difunta reina anterior. Suena a locura, pero no lo es tanto, ya que esta reina cumplía años en una fecha muy apropiada, como es la del 30 de Abril, cuando el calor ha llegado y el mal tiempo está de retirada. Y por tanto, visto que el cumpleaños de la nueva reina cae en un momento poco oportuno, se sigue celebrando el de la anterior. Muy listos los holandeses. De esta manera, Amsterdam prohibe el tráfico de vehículos en la mayoría de sus calles para que los holandeses salgan a pasearlas con cerveza en mano, y al son de la música de improvisadas discotecas al aire libre en multitud de puntos de la ciudad. No dudamos en dejar nuestros bultos en el suelo, y empezar a bailar cerca de un bar que había puesto su música intencionadamente alta, a modo de discoteca callejera. Allí nos tiramos casi tres horas. Más tarde nos dirigimos a una fiesta que había detrás del puerto de Amsterdam, donde estuvimos otro par de horas, y por la tarde, concierto de Dj Tiesto en el Museumplain, totalmente gratuito y a reventar de holandeses. Sin darnos cuenta, pasó feliz y fugazmente el viernes.

El sábado nos levantamos medio muertos para ir al freetour que empezaba a la una de la tarde en la plaza Dam. Hizo de guía un gallego bastante insoportable que hizo la visita un tanto pesada, no porque él lo fuera, sino porque era innecesariamente exagerado contando cualquier historia. No contó nada muy interesante, porque no recuerdo ningún detalle que merezca ser aquí citado. El sábado transcurrió tranquilo y sin mucho sobresalto, esencialmente porque no guardábamos ninguna fuerza del día anterior. El domingo, hicimos una visita rápida a Utrecht, y volvimos para Hamburgo, no sin que antes nos parara la policía en la autopista para preguntarnos si cargábamos con droga, armas, o más de 10.000€ en metálico. No pude evitar el dejar escapar una tímida risa al escuchar esto último, me pareció exagerado incluso para la policía alemana.  Ni las cuentas bancarias de todos los tripulantes del coche probablemente ni alcanzarían la mitad de esa cifra. Nos debieron ver caras de buenas personas, porque ni se molestaron en registrar el coche.

Magnífico viaje a Amsterdam, del que sólo guardo buenos y chanantes recuerdos. Me he dejado alguna historia sin contar, voluntaria e intencionadamente. Antes de cerrar el post, mención especial y honorífica de Mari y Jeremy, naturales de Italia y Francia respectivamente, que estuvieron de diez, y supieron aguantar a 19 españoles y su taladrante charla.

Inmejorable fin de semana este último en Hamburgo, plagado de actividades que han tenido que ver con el ocio y la buena vida. Comenzó el viernes fuerte con fiesta en Europa Haus, donde se había alquilado el bar para celebrar ocho cumpleaños simultáneamente. Las consecuencias de esta clase de eventos suelen ser parcialmente previsibles, dejando tras de sí escenarios dantescos. Noches de las que luego nadie recuerda detalles, muchos incluso no tienen recuerdo alguno.


Llegado el buen tiempo a Hamburgo, el sábado por la tarde decidimos dar una vuelta por Stadtpark y pasar allí unas horas tumbados en la hierba y planeando en qué emplearíamos el tiempo el domingo. Debido al buen tiempo, nos decantamos por hacer una barbacoa. Juntándonos en grupos para comprar comida y bebida, fuimos hoy a las 12 de la mañana a la esplanada del Stadtpark con varios quintales de carne y salchichas, además de los clásicos snacks hamburgueses que tanto nos gustan y tanta adicción crean, a lo que se sumarían ingentes cantidades de sangría.  Sin querer, hemos estado sin darnos cuenta más de cinco horas comiendo Bratwürste y filetes de lomo a la parrilla, en una parrilla que alguien había abandonado el día anterior en el mismo sitio. Y así nos juntamos 60 personas, echando allí la tarde en manga corta y al sol. Tan buen día hacía, que multitudes de hamburgueses se habían lanzado al Stadtpark a hacer lo mismo que nosotros, o simplemente a tumbarse en la hierba a tomar el sol, leerse una novela o juntarse con otros hamburgueses para charlar. Lástima que sobre las siete de la tarde empiece a refrescar y tenga uno que recogerse. Confío en que con el paso de unas semanas el tiempo mejore lo necesario para poder aguantar hasta que anochezca.

Tan buen día hizo, que el sol se ha cebado en mi cuello y lo ha abrasado completamente, al igual que mi nariz, que luce en estos momentos roja cual pimiento morrón. No faltarán nuevas barbacoas en el transcurso de la primavera y con la llegada del verano. En la foto, Álex en su habitual papel de Chef de Hamburgo, y Eva, natural de Italia, haciendo una cosa muy española: mirar cómo otro trabaja.

Desde el viernes pasado hasta el lunes estuve pasando unos días por República Checa, más en particular Praga, para encontrarme con mis padres a medio camino entre Espana y Alemania. No es Praga punto intermedio entre estos dos sitios, pero sirve igualmente para el propósito antes mencionado.

Llegado el viernes muy pronto por la mañana, y con un total de siete horas de espera por delante hasta que llegaran mis padres, decidí dejar las maletas en la habitación del hotel y enterarme de donde salía el freetour de Praga. Si era la una de la tarde, el freetour salía de la Plaza de la Ciudad Vieja a las dos, con lo cual hacia allá dirigí mis pasos. Para los interesados en el freetour de Praga, el cual recomiendo encarecidamente a futuros visitantes de la ciudad, aquí dejo el link para que se informen. En su punto de salida fui absorvido por el grupo de españoles que allí charlaban y que se habían organizado en torno a uno de los guías del tour, que resultó ser también un erasmus español en Praga y de nombre Jacob. El resto de españoles que allí había formaban un cuadro un tanto cómico: una vasca que parecía salida de un akelarre y que venía acompañada de su amante peruano, dos gallegas que gastaron las tres horas que duraba el tour en susurrarse cosas al oido, una pareja de catalanes hablando constantemente en ese idioma insufrible que ellos tienen, un mexicano con un sorprendente parecido a Cantinflas, y un colombiano. Todos ellos tenían una historia tras de sí curiosa, pero no hay cabida en este post para ninguna de ellas.

Entretenido el tour que nos hizo el guía, y que comprendió gran parte de la Ciudad Vieja, pasando por la plaza de la Ciudad Vieja, el Reloj de la Torre Astronómica, la Universidad, la plaza de Wenceslao, paseo por el barrio judío, una curiosa estatua de Kafka, la torre de la Pólvora y demás cosas. Siempre hablan los extranjeros de la brutalidad de la Inquisición española en tiempos, pero los checos tampoco se quedaron atrás con su repetida costumbre de lanzar por la ventana a sus propios nobles, para que sus cuerpos se estrellaran contra el duro asfalto. Bestias del campo. Curiosa y profunda la historia del barrio judío de Praga, que esconde historias tan interesantes como la del Golem de Praga, y otras más tristes, relacionadas con la ocupación nazi. En realidad los checos tuvieron mala suerte en el último siglo, ya que entre nazis y soviéticos se ocuparon de machacar al país y sumirlo en la más cruda de las miserias. Quizá por su tortuoso pasado sean ahora tan antipáticos y mal encarados. No he visto pueblo tan poco amable como el checo.

Reunido ya con mis padres por la tarde, nos fuimos a dar una vuelta por la Ciudad Vieja para luego irnos a cenar. Bastante sabrosa la gastronomía checa, esencialmente basada en carnes de pato o cerdo según pude comprobar. Muy famoso es el revuelto de carnes que hacen los checos, y que han bautizado como Na české svatbě, véase foto adjunta. Un nombre bastante fácil e intuitivo. También probé otro famoso dulce checo llamado Trdlo, de forma cilíndrica y con un sabor parecido al roscón de reyes, de muy buen sabor y probablemente típico de la semana santa checha.

Al día siguiente, ya sábado, me tocó pasar por una sesión de turismo intenso como sólo uno puede hacer cuando va acompañado por sus padres: visita al castillo de Praga y en particular a su catedral, al palacio viejo, el callejón de Oro y varias torres de las que no reucerdo el nombre. Agotamos el día paseando por el barrio de Malá Strana, visitando la iglesia de San Nicolás y la casa museo de Franz Kafka.


Iba a profundizar en detalles, pero no haría otra cosa que alargar el post, y a estas horas no procede. Puedo ahora asegurar que Praga no es señorial como lo fueron Estocolmo y Copenhague, sino que está un nivel por encima de ellas, colocándose muy merecidamente entre mis tres ciudades favoritas, en segunda posición. Prometo visitarla de nuevo eventualmente.

Intolerable el tiempo que llevo sin escribir. Debo haber infringido de principio a fin el decálogo del buen bloguero, si es que existe, pero es que estoy casi seguro de que no he tenido apenas tiempo libre desde que empezó la "mudanza" a mi nueva casa. Si en la última entrada hablaba sobre cómo transcurrió mi mañana en el IKEA comprando muebles, desde entonces han ocurrido multitud de acontecimientos que hubieran tenido el dudoso honor de ser contados en este blog, pero que por pereza y falta de tiempo no he acabado escribiendo: fiestas en la Paul Sudeck, cumpleaños de Yelko, la spanish party, principio de la semana santa y de lo que aquí se hace, decoración de mi nuevo piso, la historia de las hogueras de comienzo de Pascuas en Hamburgo, y un largo etcétera. Pero lo que hoy toca es hablar de mi nueva casa. Su dirección, para los que querais enviarme algo, es la siguiente:

Jarrestrasse 25
22303 Hamburg
Deutschland

Muy majo el piso, y muy bien situado, esencialmente porque estoy a menos de cinco minutos caminando de la Europa Haus, a menos de diez de mi antigua residencia, y hasta el trabajo o hasta el centro de Hamburgo la distancia sigue siendo la misma, tardo menos de 20 minutos en metro. Mi piso originalmente constaba de una habitación, un baño, una cocina y una sala de estar, pero debe ser que este alemán ha decidido alquilar el cuarto de estar como si fuera una habitación, y ahorrarse unos cuantos euros al mes. Así, mi cuarto es la antigua sala de estar, y por eso tengo la habitación más grande, en la que cupieron sin problemas mi nueva mesa, estantería, armario, cama y silla. Adjunto foto. El piso una vez decorado muy confortable, aunque con un perenne olor a recién pintado que no se va ni encendiendo velas del IKEA, de las que dejan un empalagoso olor a helado de vainilla.

Para celebrar la instalación en mi nuevo piso, se presentaron el jueves sin avisar Álex, Luis, Majo y Marta con un poco de wok y una cantidad insana de salchichas, a lo que se sumaban nuestras adoradas barras de pan rellenas de queso y ajo hechas al horno (marca JA!, una marca blanca alemana muy barata). Aquí estuvimos de cena esa noche y viendo vídeos chanantes en Youtube riendo a mandíbula batiente, hasta que mis vecinos de abajo se quejaron a base de dar golpes con la escoba en el techo de su piso, que pasa por ser mi suelo.


Punto y aparte merece mi compañero de piso. Viene de Düsseldorf, y está en Hamburgo trabajando de algo extraño, porque lo que en su día estudió también es extraño: una mezcla de informática, empresas y derecho. Como bien dice mi amiga Majo, que es la única que le ha visto aparte de mí, viste totalmente "fashion", tiene la estantería de tres metros del baño llena de cremitas, y se ha dedicado a decorar las zonas comunes de la casa a su estilo, poniendo cuadros a tamaño real de modelos, ordenando la vajilla de la cocina con un desquiciante patrón que alterna color negro y blanco, y tantas cosas. Eso sí, para la ducha ya es menos pijo, porque no le ha puesto ni cortinas, con lo cual para ducharse hay que hacer malabares para no inundar el suelo. Debido a que a cualquier problema o preocupación que le planteo me responde con un "kein tema", que viene a significar "tranquilo no pasa nada", le he apodado eso mismo, "kein tema". Y para referirnos a él en clave y sin que se entere, así le llamamos.

La fachada de mi casa es muy hamburguesa, pero para que los lectores de este blog pudieran verla, me tendría que bajar a la calle a hacerle una foto, y no estoy tan motivado como para salir ahora a la calle. Eso sí, como vivo en una especie de "mini-urbanización", tengo en el patio interior un hermoso jardín en el que, en cuanto llegue el calor, me bajaré a tomar el sol y a hacer barbacoas, en el caso de que estén permitidas. En la foto, el jardín interior a mi bloque de pisos, que en estos momentos luce un poco triste, ya que espera una primavera que aún no ha acabado de llegar. Ya es hora.


Y sin haberlo deseado, me ha salido un pareado. Con motivo de mi cada vez más cercana mudanza al nuevo piso que me he buscado en Jarrestrasse, decidí irme al IKEA de Moorfleet, un poco a las afueras de Hamburgo, para comprar lo necesario con el único objetivo de amueblar mi futuro cuarto. En realidad lo de "futuro" es impreciso, porque el cuarto ya es mío y si no he ido todavía, es porque está vacío.

Ya que la mayoría de las personas tenían quehaceres varios, me tocó irme solo, a pesar de que de camino me encontré a Celia en el andén de Berliner Tor, y conseguí convencerla para que no fuera a clase de alemán, ya que llegaba 20 minutos tarde. Llegado al IKEA, fui con mi papelito y mi lápiz apuntando lo que quería: armario, estantería, mesa, silla, cama... Ya la mañana se empezó a complicar con esto último: por supuesto, en el IKEA de Hamburgo pocos tenian ganas de hablar en inglés. Además, normalmente cometo el error de empezar preguntando cosas no muy complicadas en alemán en situaciones difíciles, y aquí asumen que, a poco que hables en su idioma, ya mereces ser tratado como uno más. Así que a preguntas como "En la cama no hay número de artículo para la combinación que busco" recibía respuestas indescifrables, de las que conseguía pescar, a lo sumo, la metafísica que encerraban.

Mucho peor fue el ir a pagar. Se me ocurrió ir a atención al cliente para preguntar acerca de las formas de envío, con una sencilla pregunta en alemán, precedida de un "¿Habla usted inglés?", también en alemán. La respuesta de la vikinga fue fulminante: "Un poco, pero parece que tu alemán no es tan malo, ¿verdad?" Hablemos en alemáne entonces", a lo que sucedió un torrente de palabras pronunciadas a la velocidad de la luz de las que sólo conseguí entender cosas como "al final vé a la caja a pagar", "vuelve arriba a que te hagan un papel", "coges los muebles de las estantería tú solito" y "luego vas ahí y que te lo envíen a tu casa". Me quedé con lo de volver arriba, así que volví a la zona de armarios y me puse a buscar como un loco a alguna persona joven, ya que las probabilidades de que hable inglés a edades tempranas se incrementan. Tuve la suerte de encontrar a una alemana que hablaba buen inglés, que me hizo un papelito y luego me dijo "y ahora coges los muebles de las estanterías en el piso de abajo", a lo que me negaba en rotundo. Lo hubiera hecho de haber estado acompañado, pero no era el caso, y no iba a cargar con 200 kilos hasta la caja, con lo cual pagué el extra correspondiente a que te los coja el personal de IKEA. 

Después de hacer el mono con el hombre encargado de transportar los muebles, que por supuesto tampoco hablaba ninguna clase de inglés, conseguí irme del IKEA dos horas y media más tarde y con una migraña que duraría hasta el final del día. No me salté el ritual de comerme un perrito caliente antes de irme.

Como guinda al día, a la vuelta no había metro desde Moorfleet hasta Hamburgo, porque probablemente  alguien habría decidido quitarse la vida tirándose a las vías, lo que por cierto sucede con cierta frecuencia, y de paso para colapsar una línea entera de metro. Terminó el miércoles yendo al cine a ver por segunda ver Alice im Wunderland con los del trabajo y con Majo, en 3D y en alemán (me enteré de más de lo que esperaba, lo cual implica que las clases del intensivo están sirviendo para algo). Siguió a esto una reunión de cerveceros en casa de Alex, y más tarde fiesta en la Paul Sudeck que esta vez tuve que saltarme por encontrarme alles kaputt

En cuanto termine de meter todo en el nuevo piso, haré descripción y subiré alguna foto indiscreta. La fecha, el próximo miércoles, aunque publicaré algo en estos días en los que empiezo a escribir mi proyecto.




¡Cuánto tiempo sin escribir! Sobre todo habiendo hecho un viaje este fin de semana pasado, y con otro nuevo a punto de comenzar sin saber exactamente qué me depara. Primero, hago crónica de mi viaje a Dresden, y seguidamente publicaré una entrada más de seguimiento, para satisfacer a los lectores más voraces.

Este último fin de semana nos pusimos de acuerdo Majo, Luis, Ángel y yo para irnos a Dresden. Para los que no sean duchos en geografía alemana, Dresden se encuentra en el este de Alemania, más allá de Leipzig,  lo cual implica que el irse allí con el Schönes Wochenende es algo cercano a la más delirante de las demencias. Sin embargo, poco o nada es obstáculo a estas alturas para nosotros, así que el viernes a las tres de la madrugada, después de haber echado un rato en la fiesta de la Gustav, cogimos el primer regional que nos llevaría hasta el primero de los cuatro puntos en los que tendríamos que cambiar de tren. Lo peor de este billete: el tener que estar pendiente del próximo transbordo, con el consecuente impacto en las horas de sueño. Así pasaron nueve horas, desde las tres de la mañana hasta las 12 del mediodía, cuando por fin llegamos a Dresden.

Dejados los bártulos en el hostal y con ayuda de un mapa, nos dirigimos hacia el casco antiguo de Dresden.  Mención especial requieren los sandwhiches que nos hicimos Luis Bisschen Deutsch y yo, con los que podíamos haber alimentado a un ejército, y que nos duraron hasta el tren de vuelta. Nunca había visto tantos sandwhiches juntos.

Un poco triste la historia de la ciudad: casi al cabo de la Segunda Guerra Mundial, los Aliados descargaron varios miles de toneladas de bombas que hicieron saltar casi literalmente la ciudad por los aires, en lo que algunos consideran hoy que fue una especie de "venganza" contra la Alemania nazi por parte de la aviación inglesa, ya que la guerra ya estaba ganada a esas alturas de la película. Pero bueno, es lo que a veces tiene tocar tanto las narices al personal, algunas cosas uno se las busca. Por eso mismo, gran parte de las casas de la ciudad están vacías, porque la gente acabó emigrando a otras ciudades para no volver a Dresden jamás, a pesar de que ahora esté empezando a crecer de nuevo.Nota histórica aparte, la ciudad ha sido finalmente reconstruida, y de hecho aun muchas zonas de la ciudad siguen en obras. Opinión personal, aunque me duela decirlo, un poco más bonita que la propia Hamburgo, aunque sólo un poco. Impresionante las vistas del caso histórico sobre el Elba, que por cierto es el mismo río que pasa por Hamburgo, y la entrada a la ciudad en sí misma. Muy barroco, como a mí me gusta. Decidimos pasar lo que nos quedaba del sábado paseando por el casco antiguo, bebiendo continuadamente café para no perder ritmo después de no haber dormido nada en el tren, y fundalmentalmente empapándonos a partes iguales de historia y de agua. El tiempo fue, a diferencia de lo que ocurrió en Copenhague, sencillamente horrible, salvo contados respiros que nos dio el viento y la lluvia.




Por la noche, fuimos a Alaunstraße, famosa calle de pubs en Dresden, en la que aproveché para quedar con Andrea, amiga de mi Erasmus y natural de la zona, que además andaba recién llegada de esquiar de Austria. Nos pusimos al día a base de contarnos historias de amigos en común, y nos dirigimos cada uno a nuestra casa. Muy mala idea el dejar que fuera ella quien nos llevara de vuelta al hostal, porque en vez de tardar 15 minutos desde donde estábamos, que es lo que teóricamente se tarda, nos llevó casi 45, todo porque Andrea no conoce tan bien como cree su propia ciudad. Una vez llegados, Angel y Majo cayeron rendidos, Luis y yo nos pusimos a planear bromas para próximas estancias en hostales, y al poco despues amanecimos todos al día siguiente. El domingo, fuimos paseando por la orilla del Elba, y poco después dirigimos nuestros pasos hacia la Hauptbahnhof, donde se encuentra Praguer Straße, popular calle comercial de Dresden en la que no había comercio alguno por ser día del Señor.

Viaje de vuelta más corto que el de ida, y ciertamente más divertido. Nos dio incluso tiempo a estar un rato paseando por Leipzig, a pesar de que no llegáramos hasta el casco antiguo por no perder el siguiente regional. Balance del viaje muy positivo, principalmente porque me lo he vuelto a pasar pirata, y porque más barato no nos podía haber salido.

No miento cuando digo que este es el primer momento libre que encuentro desde que empezó la semana, ya que últimamente transcurren mis días entre ratos en Europa Haus, en la que ya paso más tiempo que en mi propia residencia, las clases del intensivo en el Goethe, entrevistas de piso, y por supuesto el proyecto, que se ha complicado de forma súbita recientemente. Todo esto no guarda relación alguna con lo que aconteció en el viaje a Copenhague de este fin de semana pasado, y del que procedo a hacer crónica. Espero no haber olvidado demasiados detalles del mismo, aun habiendo pasado varios días.


Ya que en Alemania es intolerable e inexplicablemente caro el viajar en tren, decidimos coger el autobús para llegar a Copenhague a las 00:30 de la madrugada, llegando a la capital danesa seis horas después y cogiendo un ferry a mitad de camino. Los viajantes éramos Paloma y Adrían, naturales de Sevilla, Magdalena, de Palma de Mallorca, y por supuesto mi hermano, osease, Luis Bisschen Deutsch. Nos recibió Copenhague con un frío que no recordaba desde mis "mejores" tiempos en Finlandia, así que nos apresuramos a buscar regufio en una cafetería de la estación central, que se encontraba próxima, y en la que conseguimos encadenar una serie de acontecimientos que cambiarían el curso del viaje: cansados por no haber dormido nada en el potteriano autobús noctámbulo antes mencionado, decidimos pedir café, con tan mala suerte de que Magdalena lo tiró accidentalmente encima de una plancha donde se estaban haciendo varios kilos de salchichas. No sé cómo se le quedó la cara a la dependienta, yo mientras me partía de risa a escasos metros. No habían pasado cinco minutos cuando Paloma tiró su chocolate caliente encima de mi abrigo y bufanda, que, a pesar de poder limpiarlos parcialmente, quedaron con un perenne olor a chocolate que no ha acabado de desaparecer aún habiéndolos lavado.

Encontrado el hotel y dejadas las maletas, decidimos salir a visitar una Copenhague desierta a las nueve de la mañana, pero iluminada por un Sol que no veía desde que salí de España el 6 de Octubre del año pasado. No había una sóla nube en el cielo. Consultando el mapa de la ciudad, nos dimos cuenta de que no era inteligente pateársela entera sin tener una guía decente, con lo cual nos subimos en un autobús turístico que pasaba por las atracciones turísticas más importantes, como pudieran ser La Sirenita o el Palacio Real. En esta foto, nosotros en la plaza donde se encuentra éste último.

Después del tour, comimos, y seguimos haciendo turisteo, ya caminando. Curiosa ciudad Copenhague, aunque no me causó mucha impresión quizá debido a que se parece demasiado a Estocolmo según la zona de la ciudad. Aún así, le concedo también el apelativo de ciudad señorial, y que además presume de tener la calle comercial y peatonal más grande de Europa, por la que hicimos de peatones pero sin comprar nada. A este respecto, he de comentar que es una ciudad exageradamente cara, principalmente debido a los monstruosos impuestos que los daneses padecen, donde el impuesto sobre la renta es normal que sea del 50%. 

Punto y aparte merece el hablar de Christiania, un pequeño barrio en el sur de Copenhague cuyos habitantes no se consideran parte de la Unión Europea. Hasta tal punto, que en los límites del barrio hay un cartel que pone "You are now entering the EU". En realidad esto de crear un barrio consistente en chozas de adobe o plástico, autogobernado por sus habitantes y con status semilegal no es sino una tapadera para vender mariahuana con más libertad que en otros sitios, estando la zona infestada de rastafaris, daneses fumados y personajes indescriptibles que hacen del lugar un emplazamiento que merece la pena visitar. Subiría alguna foto del sitio, pero estaba prohibido hacerlas.

Transcurrió el sábado sin más notables acontecimientos, sólo mencionar que en Copenhague es imposible sentarse a comer nada en ningún lado a no ser que se haga cola, todos los locales estaban a reventar de daneses. Ya entrada la noche, decidimos irnos a descansar al hostal para al día siguiente, después de haber cenado en un sitio unos nachos que costaron más de 160 coronas danesas, un robo a mano armada, teniendo presente que el cambio ahora está a 1 euro = 7,4 coronas danesas.

Al día siguiente teníamos pensado visitar el castillo de Hamlet, que se situa a  45 minutos de Copenhague, pero una de las recepcionistas del hostal nos recomendó no hacerlo por no merecer el trabajo de desplazarse hasta allí, recomendándonos varios planes alternativos que pasaban por hacer alguna sandez, por ejemplo, irnos a Suecia.  Ignorando sus sugerencias, nos acercamos a los jardines Tívoli, que estaba tristemente cerrados hasta mediados de Abril, nos subimos a la round tower donde se pueden contemplar unas hermosas vistas de la ciudad, visitamos un palacio y callejeamos un poco más, para luego coger el autobús a las cuatro de la tarde y volver a Hamburgo.

Morealeja del viaje: de los mejores de este año, entre otras cosas porque me  he tirado el fin de semana entero riéndome, aunque es interesante mencionar que me he enterado de algún cotilleo, muy en mi línea. Este fin de semana nos vamos a Dresden, al este de Alemania, así que haré también pertinente crónica. 

Bis gleich.

Ardua tarea la de encontrar un piso en condiciones en Hamburgo. Miento. Es fácil encontrarlos, lo que no es tan sencillo es conseguir que al propietario le importes lo justo y necesario para concederte una entrevista y enseñarte el piso. Después de casi dos semanas escribiendo a gente y buscando piso, últimamente sin atender siquiera a criterios de localización geográfica, por fin alguien me contestó. Así que ayer mismo me fui a visitar el piso.

Viven en él un chico suizo y una chica suiza, ambos de apariencia simpática y perfectamente normal, que me enseñaron lo que sería mi futura habitación, aunque actualmente es una sala de estar que será eventualmente reconvertida en cuarto. Iba a decir que la habitación es bastante grande, pero comparado con la que tengo ahora, todo me parece titánicamente enorme, así que asumo que sus grandes o pequeñas dimensiones serían relativo a los ojos que miraran. 

Me gustó el sitio, lástima que no sea el único que está detrás del piso, pues parece ser que hay unos cuantos más, aunque seguro que con los otros solicitantes estos suizos no hablaron de comida española, de Granada y del verano en el norte de España, que fue lo que hice yo. En realidad de Granada sé poco, porque no he estado, pero le seguí la corriente al suizo cuando me dijo que estuvo una vez visitando a un amigo, y no le dolió en prendas confesar que dedicó esa semana a beberse hasta el agua de los floreros. Toda esta conversación empezó en alemán, pero en cuanto vi que ellos sabían hablar inglés, cambié al mismo sin pudor alguno, que en cuanto necesito información relativamente profunda lo se me hace indispensable. No me quedó muy claro, pero aparentan ser pareja de hecho, quizá debiera sopesar las inconveniencias que pudiera acarrear esto, aparte de las obvias.

Me dijeron que este domingo me escribirían con la pertinente respuesta, pero no albergo esperanza alguna en conseguir el cuarto, salí con la sensación de que simplemente me hicieron un favor enseñándomelo pero que ya se habían hecho a la idea de coger a otro. Sea como fuere, y en lo relativo a vivienda, Hamburgo ya me tiene acostumbrado a inesperadas decepciones que se encadenan unas con otras, todas ellas debidas a que nadie se molesta en contestarme, ni aun escribiendo los mails en alemán.

Espero tener lugar para vivir antes del 1 de Abril, que es cuando tengo que irme de la Paul Sudeck. 


Cuánto tiempo sin publicar, y la de cosas que han pasado. Aprovecharé para hacer breve crónica de la fugaz excursión a Bremen, y de cómo me va la vida por Hamburgo.

Viaje a Bremen. Pensado desde hacía días por una mente granaina perturbada que responde al nombre de Ángel, y con motivo de la visita de sus amigos granainos, que han estado tanto tiempo en Hamburgo que casi echan aquí la juventud. Detalles aparte, este sábado quedamos en la Hauptbahnhof sobre las 10 de la mañana para irnos hasta Bremen con un regional, que tarda escasa hora y media, y por un precio bastante razonable, ya que cogimos algo parecido al Schones Wochenende ticket. . Y allí nos plantamos.



Recibidos en Bremen por un grupo de islamistas que nos regalaron una guía del Islam y de lo que había hecho éste por la civilización, nos dirigimos hacia el tranvía para llegar hasta el centro. Quedé positiva y gratamente sorprendido por la ciudad (pueblo), incluso había comentarios entre nosotros que decían que era más bonita que la propia Hamburgo, y en realidad no estaba muy desencaminado el comentario, porque la plaza que hay en el centro de la ciudad es bastante vistosa. Impresiona. 

Estaban por supuesto los famosos trotamúsicos de Bremen, que tantos recuerdos me traen de mi infancia perdida. A raíz de la historia de los trotamúsicos, Bremen debió decidir hace tiempo hacer negocio a costa suya, y en la plaza se encuentra una placa con un agujero en la que se pueden echar monedas para escuchar como un animal rebuzna, ladra,  cacarea o maullarsegún quien sea. Curioso. Además, en el medio de la famosa plaza se encuentra una estatua de Rolando. Iba a atreverme a decir que con esto se acababa Bremen, pero me resultó una visita tan rápida, que todavía no me aventuro a decir semejante cosa. Espero volver de nuevo por algún motivo y pasearla con un poco más de calma, aunque me llevo muy buen recuerdo de ella.

Como intuíamos que Bremen no daría mucho de sí, aunque como digo creo firmemente que esconde secretos que no llegamos a desvelar, fuimos a un tour guiado por la fábrica de cerveza Becks', que tiene sus instalaciones originales en la misma Bremen. Insultantemente caro el tour, en el que nos asignaron un guía que tenía la mejor de las intenciones, pero que no tenía gracia alguna para explicar nada que tuviera que ver con cerveza. Lo mejor de estas actividades siempre viene al final, donde nos llevaron a una sala a modo de pub, y nos convidaron con cuatro cervezas. Antes de eso, y después de que el guía soltara las pertinentes parrafadas durante el tour, nos hicieron un test para ver si habíamos atendido durante la visita. El test consistía en que nos ponían dos vasos de cerveza, cada uno de ellos con un tipo de Becks diferente, las cuales teníamos que distinguir. El asunto era un juego de niños, porque todos supimos en microsegundos cuál de ellas era la Becks normal, que bebemos aquí casi a diario, y cuál era la especial, derrotando en consecuencia al otro grupo que no hizo otra cosa que el ridículo.


Después de visitar la fábrica, pasamos por su tienda de souvenirs en la que solté un poco de dinero, y luego nos dirigimos sobre las siete de la tarde hasta la Hauptbahnhof de Bremen, donde cogeríamos el tren de vuelta a Hamburgo. Había que reponer fuerzas porque por la noche había fiesta en la Georgi Haus y luego fiesta por Reeperbahn. De lo segundo me quería desapuntar, pero la gente en Hamburgo es bastante persuasiva y me quedé quedando hasta las siete de la mañana, aunque no llegara al Fischmarkt del dolor que tenía en la garganta, inhumano. Tan cansado estaba, que me dormí en el metro de vuelta a casa, despertándome al rato un guardia de seguridad diciéndome que la línea se había acabado y que tenía que bajarme... en una parada que por supuesto no era la mía, me la había dejado atrás hacía rato. Despistes de fin de semana.

Derrotado por la enfermedad, me encuentro en mi cuarto en monacal reclusión desde el miércoles por la noche. Parece ser que mis ratos por Colonia el fin de semana pasado me pasaron factura, principalmente aquellos en los que estuve por la calle sin bufanda y con el cuello al viento. Cruel venganza, injusto castigo, sobre todo porque me he quedado sin ir al viaje de Copenhague que había organizado para estos últimos días de la semana, aunque esto último es una historia más bien compleja que ha tenido un final cuanto menos imprevisto. Más sobre ésto en otros foros.

Así que aquí llevo desde entonces, reposando, y habiendo faltado dos días al trabajo. Que sirva mi ausencia al deber como merecido descanso que ya tardaba en llegar, porque desde el 1 de Noviembre sólo me he cogido un día de vacaciones. No me he dedicado a malgastar el tiempo estos días, nada más lejos: he ventilado la tercera temporada de Dexter y he llegado a la mitad de la cuarta. Gran serie Dexter, aunque la segunda temporada sigue siendo la mejor hasta el momento, la cuarta no tiene pinta de ir a remontar mucho más. También ha caído el último capítulo de How I met Your Mother, el de The Big Bang Theory, he vuelto a ver UP, he repasado los mejores vídeos del APM en Yotube, y en general me he dedicado a dormir.

Si la memoria no me falla, hace un año también me puse malo en Finlandia. Entonces todo fue mejor, tenía un compañero de piso que me echaba un ojo, al menos más de lo que lo hacen mis actuales vecinos, que no saben ni que estoy enfermo. Siguen dedicándose a hacer fugaces apariciones por el pasillo para ir al baño o a la nevera, para luego desaparecer en cuestión de microsegundos. Es complicado mantener una conversación con ratas escurridizas, más aún si son austríacos tronados de la cabeza o alemanes insociables. Cualquier tiempo pasado fue mejor, en lo que a compañero de piso se refiere. Hago un llamamiento a mi antiguo compañero de piso en Finlandia para que se venga a vivir conmigo a Hamburgo.

Devaneos aparte, me dedicaré estos días a estudiar alemán, y a aprender a manejar Latex, ya que mi supervisora de proyecto de la Faculatd ya me pide que le envíe cosas por escrito. Mientras tanto, la gente estará de fiesta en la Europa, en Copenhague o en Reeperbahn. Cogeré fuerzas este finde para recuperarme, si el antibiótico no me destroza antes, y empezaré la semana con fuerza. Deseadme suerte.







Lamento haber retrasado tanto la publicación del post, pero llegué de mi viaje a Colonia en unas condiciones físicas lamentables. Dejo aquí la crónica de nuestra fugaz excursión a sus famosos carnavales.

Levantado por mi despertador el sábado a las seis y media de la mañana, me dirigí hacia la Hauptbahnhof para coger el tren sin ninguna clase de equipaje. El no llevarlo se debía a que el alojamiento en Colonia estaba completo desde hacía meses y no era posible dormir allí, a falta de conocidos que allí vivieran, quedando como única opción el trasnochar en algún lado y volver el domingo a Hamburgo. Así que allí nos plantamos todos en la estación central de Hamburgo a las siete y media de la mañana, listos para organizarnos en grupos de cinco personas y comprar el Schönes-Wochenende ticket, que permite viajar por 35 euros por toda Alemania, eso sí, usando únicamente trenes regionales y en ningún caso alta velocidad. Cruel trampa esta, que nos llevó al más extremo de los cansancios. Por delante teníamos seis horas de viaje hasta llegar a Colonia, con cuatro incómodos transbordos. Por suerte, la compañía era inmejorable en su mayoría, salvo puntuales personajes añadidos a última hora con los que sólo cabía hacer chistes sobre ellos y sus circunstancias.

Gracioso el viaje de ida, con una constante charla animada que ameniza el paso de las horas en el tren, chistes malos, cotilleos de última hora, historias chanantes y piques perdonables, además de bocadillos de nocilla con olor a chorizo y varios kilos de mandarinas provistas por Luis y Celia, cuya vitamina C no evitaría el catarro que cogería en escasas pocas horas.

Prácticamente llegados a Colonia, nos pusimos nuestro disfraz, consistente en un gorro que se asemejaba a una maceta de la que salían curiosas flores. El disfraz pudiera en un principio tener poca gracia, si no fuera porque llevábamos el mismo otras seis personas, a las que hay que sumar la regadera que nos acompañaba, bajo la cual se escondía Álex. En la foto, los flower-power, esperando al último tren que nos llevaría a Colonia, a la que llegaríamos casi a las tres de la tarde.

Una vez allí, nos dedicamos a deambular por la Hauptbahnhof sin motivo ninguno, y aún a día de hoy algunos todavía no nos explicamos cómo pudimos perder hasta tres horas dando vueltas por sus alrededores sin hacer nada en particular. Mi teoría es que íbamos demasiados, mal asunto. Después de que el grupo se separara, algunos nos fuimos a ver la catedral de Colonia, única cosa que ver en la ciudad después de que quedara casi rasa después de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, suerte que no tocaron la catedral. Realmente imponente, lástima que estuviera cerrada por carnavales. Las calles, llenas de gente disfrazada de cualquier cosa: desde una chica en albornoz que se paseaba como recién salida de la ducha, hasta vacas y abejas, pasando por los habituales monstruos carnavalescos e infinidad de quimeras salidas de los más profundos infiernos, además de múltiples bandas que iban recorriendo calles y plazas para tocar animadas canciones de carnaval.

Dedicamos nuestro tiempo visitar un Penny para lo obvio, y a pasear por una ciudad en la que, como he dicho, no hay nada que ver salvo la catedral. No tengo recuerdo muy especial de lo que pasó hasta que decidimos ir ya entrada la noche hasta Zülpicher Strasse, calle que tenía fama en Hamburgo por ser lugar de reunión de estudiantes y tener pubs a su largo y ancho. Copia barata de la inimitable Reeperbahn en Hamburgo, que deja a la susodicha calle a la altura del betún y un poco más abajo. Nos metimos a un pub en el que, justo esos días, habían decidido cobrar entrada, porque el negocio es el negocio, más si es Carnavales, Pascuas, o cualquier fiesta que pueda engrosar los bolsillos de los empresarios más espabilados de una u otra forma. Allí permanecimos hasta que mi cuerpo dijo "hasta aquí has llegado hoy", momento en el que me dirigí hacia la estación central de Colonia para coger el tren de nuevo, esta vez junto con Sofía, Yelko, Ángel, Celia y yo. Si el viaje de la ida fue cansado, el de la vuelta fue lo más cercano a un suplicio persa, con una duración de ocho horas y un total de cuatro transbordos. Sin embargo, puedo decir que la vuelta fue de lo mejor del viaje y cuando más me pude reír.

Balance del viaje: mi buen amigo Luis, natural de Graná, dice que fue un EPIC FAIL, aunque yo no me atrevería a decir tanto. Eso sí, puedo decir sin temor a equivocarme que los carnavales han sido de una decepción tal que no volveré a no ser que sea en el día del famoso desfile, que fue hoy lunes.  La supuesta animación de la que Colonia presume tener en carnavales es la misma que hay en Hamburgo cualquier sábado por la noche. Como siempre, lo mejor de estos viajes siempre es la gente con la que vas, aquí también se ha cumplido la regla. Dejo aquí una foto con Luis, incansable compañero cervecil pero también en otras empresas. La semana que viene, viaje a Copenhague, nueva crónica para entonces.


Cierro el post un día 16 de Febrero cualquiera.