Fray en Hamburgo

Mi año de prácticas Erasmus en Alemania... y lo que se tercie!


Y sin haberlo deseado, me ha salido un pareado. Con motivo de mi cada vez más cercana mudanza al nuevo piso que me he buscado en Jarrestrasse, decidí irme al IKEA de Moorfleet, un poco a las afueras de Hamburgo, para comprar lo necesario con el único objetivo de amueblar mi futuro cuarto. En realidad lo de "futuro" es impreciso, porque el cuarto ya es mío y si no he ido todavía, es porque está vacío.

Ya que la mayoría de las personas tenían quehaceres varios, me tocó irme solo, a pesar de que de camino me encontré a Celia en el andén de Berliner Tor, y conseguí convencerla para que no fuera a clase de alemán, ya que llegaba 20 minutos tarde. Llegado al IKEA, fui con mi papelito y mi lápiz apuntando lo que quería: armario, estantería, mesa, silla, cama... Ya la mañana se empezó a complicar con esto último: por supuesto, en el IKEA de Hamburgo pocos tenian ganas de hablar en inglés. Además, normalmente cometo el error de empezar preguntando cosas no muy complicadas en alemán en situaciones difíciles, y aquí asumen que, a poco que hables en su idioma, ya mereces ser tratado como uno más. Así que a preguntas como "En la cama no hay número de artículo para la combinación que busco" recibía respuestas indescifrables, de las que conseguía pescar, a lo sumo, la metafísica que encerraban.

Mucho peor fue el ir a pagar. Se me ocurrió ir a atención al cliente para preguntar acerca de las formas de envío, con una sencilla pregunta en alemán, precedida de un "¿Habla usted inglés?", también en alemán. La respuesta de la vikinga fue fulminante: "Un poco, pero parece que tu alemán no es tan malo, ¿verdad?" Hablemos en alemáne entonces", a lo que sucedió un torrente de palabras pronunciadas a la velocidad de la luz de las que sólo conseguí entender cosas como "al final vé a la caja a pagar", "vuelve arriba a que te hagan un papel", "coges los muebles de las estantería tú solito" y "luego vas ahí y que te lo envíen a tu casa". Me quedé con lo de volver arriba, así que volví a la zona de armarios y me puse a buscar como un loco a alguna persona joven, ya que las probabilidades de que hable inglés a edades tempranas se incrementan. Tuve la suerte de encontrar a una alemana que hablaba buen inglés, que me hizo un papelito y luego me dijo "y ahora coges los muebles de las estanterías en el piso de abajo", a lo que me negaba en rotundo. Lo hubiera hecho de haber estado acompañado, pero no era el caso, y no iba a cargar con 200 kilos hasta la caja, con lo cual pagué el extra correspondiente a que te los coja el personal de IKEA. 

Después de hacer el mono con el hombre encargado de transportar los muebles, que por supuesto tampoco hablaba ninguna clase de inglés, conseguí irme del IKEA dos horas y media más tarde y con una migraña que duraría hasta el final del día. No me salté el ritual de comerme un perrito caliente antes de irme.

Como guinda al día, a la vuelta no había metro desde Moorfleet hasta Hamburgo, porque probablemente  alguien habría decidido quitarse la vida tirándose a las vías, lo que por cierto sucede con cierta frecuencia, y de paso para colapsar una línea entera de metro. Terminó el miércoles yendo al cine a ver por segunda ver Alice im Wunderland con los del trabajo y con Majo, en 3D y en alemán (me enteré de más de lo que esperaba, lo cual implica que las clases del intensivo están sirviendo para algo). Siguió a esto una reunión de cerveceros en casa de Alex, y más tarde fiesta en la Paul Sudeck que esta vez tuve que saltarme por encontrarme alles kaputt

En cuanto termine de meter todo en el nuevo piso, haré descripción y subiré alguna foto indiscreta. La fecha, el próximo miércoles, aunque publicaré algo en estos días en los que empiezo a escribir mi proyecto.




¡Cuánto tiempo sin escribir! Sobre todo habiendo hecho un viaje este fin de semana pasado, y con otro nuevo a punto de comenzar sin saber exactamente qué me depara. Primero, hago crónica de mi viaje a Dresden, y seguidamente publicaré una entrada más de seguimiento, para satisfacer a los lectores más voraces.

Este último fin de semana nos pusimos de acuerdo Majo, Luis, Ángel y yo para irnos a Dresden. Para los que no sean duchos en geografía alemana, Dresden se encuentra en el este de Alemania, más allá de Leipzig,  lo cual implica que el irse allí con el Schönes Wochenende es algo cercano a la más delirante de las demencias. Sin embargo, poco o nada es obstáculo a estas alturas para nosotros, así que el viernes a las tres de la madrugada, después de haber echado un rato en la fiesta de la Gustav, cogimos el primer regional que nos llevaría hasta el primero de los cuatro puntos en los que tendríamos que cambiar de tren. Lo peor de este billete: el tener que estar pendiente del próximo transbordo, con el consecuente impacto en las horas de sueño. Así pasaron nueve horas, desde las tres de la mañana hasta las 12 del mediodía, cuando por fin llegamos a Dresden.

Dejados los bártulos en el hostal y con ayuda de un mapa, nos dirigimos hacia el casco antiguo de Dresden.  Mención especial requieren los sandwhiches que nos hicimos Luis Bisschen Deutsch y yo, con los que podíamos haber alimentado a un ejército, y que nos duraron hasta el tren de vuelta. Nunca había visto tantos sandwhiches juntos.

Un poco triste la historia de la ciudad: casi al cabo de la Segunda Guerra Mundial, los Aliados descargaron varios miles de toneladas de bombas que hicieron saltar casi literalmente la ciudad por los aires, en lo que algunos consideran hoy que fue una especie de "venganza" contra la Alemania nazi por parte de la aviación inglesa, ya que la guerra ya estaba ganada a esas alturas de la película. Pero bueno, es lo que a veces tiene tocar tanto las narices al personal, algunas cosas uno se las busca. Por eso mismo, gran parte de las casas de la ciudad están vacías, porque la gente acabó emigrando a otras ciudades para no volver a Dresden jamás, a pesar de que ahora esté empezando a crecer de nuevo.Nota histórica aparte, la ciudad ha sido finalmente reconstruida, y de hecho aun muchas zonas de la ciudad siguen en obras. Opinión personal, aunque me duela decirlo, un poco más bonita que la propia Hamburgo, aunque sólo un poco. Impresionante las vistas del caso histórico sobre el Elba, que por cierto es el mismo río que pasa por Hamburgo, y la entrada a la ciudad en sí misma. Muy barroco, como a mí me gusta. Decidimos pasar lo que nos quedaba del sábado paseando por el casco antiguo, bebiendo continuadamente café para no perder ritmo después de no haber dormido nada en el tren, y fundalmentalmente empapándonos a partes iguales de historia y de agua. El tiempo fue, a diferencia de lo que ocurrió en Copenhague, sencillamente horrible, salvo contados respiros que nos dio el viento y la lluvia.




Por la noche, fuimos a Alaunstraße, famosa calle de pubs en Dresden, en la que aproveché para quedar con Andrea, amiga de mi Erasmus y natural de la zona, que además andaba recién llegada de esquiar de Austria. Nos pusimos al día a base de contarnos historias de amigos en común, y nos dirigimos cada uno a nuestra casa. Muy mala idea el dejar que fuera ella quien nos llevara de vuelta al hostal, porque en vez de tardar 15 minutos desde donde estábamos, que es lo que teóricamente se tarda, nos llevó casi 45, todo porque Andrea no conoce tan bien como cree su propia ciudad. Una vez llegados, Angel y Majo cayeron rendidos, Luis y yo nos pusimos a planear bromas para próximas estancias en hostales, y al poco despues amanecimos todos al día siguiente. El domingo, fuimos paseando por la orilla del Elba, y poco después dirigimos nuestros pasos hacia la Hauptbahnhof, donde se encuentra Praguer Straße, popular calle comercial de Dresden en la que no había comercio alguno por ser día del Señor.

Viaje de vuelta más corto que el de ida, y ciertamente más divertido. Nos dio incluso tiempo a estar un rato paseando por Leipzig, a pesar de que no llegáramos hasta el casco antiguo por no perder el siguiente regional. Balance del viaje muy positivo, principalmente porque me lo he vuelto a pasar pirata, y porque más barato no nos podía haber salido.

No miento cuando digo que este es el primer momento libre que encuentro desde que empezó la semana, ya que últimamente transcurren mis días entre ratos en Europa Haus, en la que ya paso más tiempo que en mi propia residencia, las clases del intensivo en el Goethe, entrevistas de piso, y por supuesto el proyecto, que se ha complicado de forma súbita recientemente. Todo esto no guarda relación alguna con lo que aconteció en el viaje a Copenhague de este fin de semana pasado, y del que procedo a hacer crónica. Espero no haber olvidado demasiados detalles del mismo, aun habiendo pasado varios días.


Ya que en Alemania es intolerable e inexplicablemente caro el viajar en tren, decidimos coger el autobús para llegar a Copenhague a las 00:30 de la madrugada, llegando a la capital danesa seis horas después y cogiendo un ferry a mitad de camino. Los viajantes éramos Paloma y Adrían, naturales de Sevilla, Magdalena, de Palma de Mallorca, y por supuesto mi hermano, osease, Luis Bisschen Deutsch. Nos recibió Copenhague con un frío que no recordaba desde mis "mejores" tiempos en Finlandia, así que nos apresuramos a buscar regufio en una cafetería de la estación central, que se encontraba próxima, y en la que conseguimos encadenar una serie de acontecimientos que cambiarían el curso del viaje: cansados por no haber dormido nada en el potteriano autobús noctámbulo antes mencionado, decidimos pedir café, con tan mala suerte de que Magdalena lo tiró accidentalmente encima de una plancha donde se estaban haciendo varios kilos de salchichas. No sé cómo se le quedó la cara a la dependienta, yo mientras me partía de risa a escasos metros. No habían pasado cinco minutos cuando Paloma tiró su chocolate caliente encima de mi abrigo y bufanda, que, a pesar de poder limpiarlos parcialmente, quedaron con un perenne olor a chocolate que no ha acabado de desaparecer aún habiéndolos lavado.

Encontrado el hotel y dejadas las maletas, decidimos salir a visitar una Copenhague desierta a las nueve de la mañana, pero iluminada por un Sol que no veía desde que salí de España el 6 de Octubre del año pasado. No había una sóla nube en el cielo. Consultando el mapa de la ciudad, nos dimos cuenta de que no era inteligente pateársela entera sin tener una guía decente, con lo cual nos subimos en un autobús turístico que pasaba por las atracciones turísticas más importantes, como pudieran ser La Sirenita o el Palacio Real. En esta foto, nosotros en la plaza donde se encuentra éste último.

Después del tour, comimos, y seguimos haciendo turisteo, ya caminando. Curiosa ciudad Copenhague, aunque no me causó mucha impresión quizá debido a que se parece demasiado a Estocolmo según la zona de la ciudad. Aún así, le concedo también el apelativo de ciudad señorial, y que además presume de tener la calle comercial y peatonal más grande de Europa, por la que hicimos de peatones pero sin comprar nada. A este respecto, he de comentar que es una ciudad exageradamente cara, principalmente debido a los monstruosos impuestos que los daneses padecen, donde el impuesto sobre la renta es normal que sea del 50%. 

Punto y aparte merece el hablar de Christiania, un pequeño barrio en el sur de Copenhague cuyos habitantes no se consideran parte de la Unión Europea. Hasta tal punto, que en los límites del barrio hay un cartel que pone "You are now entering the EU". En realidad esto de crear un barrio consistente en chozas de adobe o plástico, autogobernado por sus habitantes y con status semilegal no es sino una tapadera para vender mariahuana con más libertad que en otros sitios, estando la zona infestada de rastafaris, daneses fumados y personajes indescriptibles que hacen del lugar un emplazamiento que merece la pena visitar. Subiría alguna foto del sitio, pero estaba prohibido hacerlas.

Transcurrió el sábado sin más notables acontecimientos, sólo mencionar que en Copenhague es imposible sentarse a comer nada en ningún lado a no ser que se haga cola, todos los locales estaban a reventar de daneses. Ya entrada la noche, decidimos irnos a descansar al hostal para al día siguiente, después de haber cenado en un sitio unos nachos que costaron más de 160 coronas danesas, un robo a mano armada, teniendo presente que el cambio ahora está a 1 euro = 7,4 coronas danesas.

Al día siguiente teníamos pensado visitar el castillo de Hamlet, que se situa a  45 minutos de Copenhague, pero una de las recepcionistas del hostal nos recomendó no hacerlo por no merecer el trabajo de desplazarse hasta allí, recomendándonos varios planes alternativos que pasaban por hacer alguna sandez, por ejemplo, irnos a Suecia.  Ignorando sus sugerencias, nos acercamos a los jardines Tívoli, que estaba tristemente cerrados hasta mediados de Abril, nos subimos a la round tower donde se pueden contemplar unas hermosas vistas de la ciudad, visitamos un palacio y callejeamos un poco más, para luego coger el autobús a las cuatro de la tarde y volver a Hamburgo.

Morealeja del viaje: de los mejores de este año, entre otras cosas porque me  he tirado el fin de semana entero riéndome, aunque es interesante mencionar que me he enterado de algún cotilleo, muy en mi línea. Este fin de semana nos vamos a Dresden, al este de Alemania, así que haré también pertinente crónica. 

Bis gleich.

Ardua tarea la de encontrar un piso en condiciones en Hamburgo. Miento. Es fácil encontrarlos, lo que no es tan sencillo es conseguir que al propietario le importes lo justo y necesario para concederte una entrevista y enseñarte el piso. Después de casi dos semanas escribiendo a gente y buscando piso, últimamente sin atender siquiera a criterios de localización geográfica, por fin alguien me contestó. Así que ayer mismo me fui a visitar el piso.

Viven en él un chico suizo y una chica suiza, ambos de apariencia simpática y perfectamente normal, que me enseñaron lo que sería mi futura habitación, aunque actualmente es una sala de estar que será eventualmente reconvertida en cuarto. Iba a decir que la habitación es bastante grande, pero comparado con la que tengo ahora, todo me parece titánicamente enorme, así que asumo que sus grandes o pequeñas dimensiones serían relativo a los ojos que miraran. 

Me gustó el sitio, lástima que no sea el único que está detrás del piso, pues parece ser que hay unos cuantos más, aunque seguro que con los otros solicitantes estos suizos no hablaron de comida española, de Granada y del verano en el norte de España, que fue lo que hice yo. En realidad de Granada sé poco, porque no he estado, pero le seguí la corriente al suizo cuando me dijo que estuvo una vez visitando a un amigo, y no le dolió en prendas confesar que dedicó esa semana a beberse hasta el agua de los floreros. Toda esta conversación empezó en alemán, pero en cuanto vi que ellos sabían hablar inglés, cambié al mismo sin pudor alguno, que en cuanto necesito información relativamente profunda lo se me hace indispensable. No me quedó muy claro, pero aparentan ser pareja de hecho, quizá debiera sopesar las inconveniencias que pudiera acarrear esto, aparte de las obvias.

Me dijeron que este domingo me escribirían con la pertinente respuesta, pero no albergo esperanza alguna en conseguir el cuarto, salí con la sensación de que simplemente me hicieron un favor enseñándomelo pero que ya se habían hecho a la idea de coger a otro. Sea como fuere, y en lo relativo a vivienda, Hamburgo ya me tiene acostumbrado a inesperadas decepciones que se encadenan unas con otras, todas ellas debidas a que nadie se molesta en contestarme, ni aun escribiendo los mails en alemán.

Espero tener lugar para vivir antes del 1 de Abril, que es cuando tengo que irme de la Paul Sudeck. 


Cuánto tiempo sin publicar, y la de cosas que han pasado. Aprovecharé para hacer breve crónica de la fugaz excursión a Bremen, y de cómo me va la vida por Hamburgo.

Viaje a Bremen. Pensado desde hacía días por una mente granaina perturbada que responde al nombre de Ángel, y con motivo de la visita de sus amigos granainos, que han estado tanto tiempo en Hamburgo que casi echan aquí la juventud. Detalles aparte, este sábado quedamos en la Hauptbahnhof sobre las 10 de la mañana para irnos hasta Bremen con un regional, que tarda escasa hora y media, y por un precio bastante razonable, ya que cogimos algo parecido al Schones Wochenende ticket. . Y allí nos plantamos.



Recibidos en Bremen por un grupo de islamistas que nos regalaron una guía del Islam y de lo que había hecho éste por la civilización, nos dirigimos hacia el tranvía para llegar hasta el centro. Quedé positiva y gratamente sorprendido por la ciudad (pueblo), incluso había comentarios entre nosotros que decían que era más bonita que la propia Hamburgo, y en realidad no estaba muy desencaminado el comentario, porque la plaza que hay en el centro de la ciudad es bastante vistosa. Impresiona. 

Estaban por supuesto los famosos trotamúsicos de Bremen, que tantos recuerdos me traen de mi infancia perdida. A raíz de la historia de los trotamúsicos, Bremen debió decidir hace tiempo hacer negocio a costa suya, y en la plaza se encuentra una placa con un agujero en la que se pueden echar monedas para escuchar como un animal rebuzna, ladra,  cacarea o maullarsegún quien sea. Curioso. Además, en el medio de la famosa plaza se encuentra una estatua de Rolando. Iba a atreverme a decir que con esto se acababa Bremen, pero me resultó una visita tan rápida, que todavía no me aventuro a decir semejante cosa. Espero volver de nuevo por algún motivo y pasearla con un poco más de calma, aunque me llevo muy buen recuerdo de ella.

Como intuíamos que Bremen no daría mucho de sí, aunque como digo creo firmemente que esconde secretos que no llegamos a desvelar, fuimos a un tour guiado por la fábrica de cerveza Becks', que tiene sus instalaciones originales en la misma Bremen. Insultantemente caro el tour, en el que nos asignaron un guía que tenía la mejor de las intenciones, pero que no tenía gracia alguna para explicar nada que tuviera que ver con cerveza. Lo mejor de estas actividades siempre viene al final, donde nos llevaron a una sala a modo de pub, y nos convidaron con cuatro cervezas. Antes de eso, y después de que el guía soltara las pertinentes parrafadas durante el tour, nos hicieron un test para ver si habíamos atendido durante la visita. El test consistía en que nos ponían dos vasos de cerveza, cada uno de ellos con un tipo de Becks diferente, las cuales teníamos que distinguir. El asunto era un juego de niños, porque todos supimos en microsegundos cuál de ellas era la Becks normal, que bebemos aquí casi a diario, y cuál era la especial, derrotando en consecuencia al otro grupo que no hizo otra cosa que el ridículo.


Después de visitar la fábrica, pasamos por su tienda de souvenirs en la que solté un poco de dinero, y luego nos dirigimos sobre las siete de la tarde hasta la Hauptbahnhof de Bremen, donde cogeríamos el tren de vuelta a Hamburgo. Había que reponer fuerzas porque por la noche había fiesta en la Georgi Haus y luego fiesta por Reeperbahn. De lo segundo me quería desapuntar, pero la gente en Hamburgo es bastante persuasiva y me quedé quedando hasta las siete de la mañana, aunque no llegara al Fischmarkt del dolor que tenía en la garganta, inhumano. Tan cansado estaba, que me dormí en el metro de vuelta a casa, despertándome al rato un guardia de seguridad diciéndome que la línea se había acabado y que tenía que bajarme... en una parada que por supuesto no era la mía, me la había dejado atrás hacía rato. Despistes de fin de semana.