Fray en Hamburgo

Mi año de prácticas Erasmus en Alemania... y lo que se tercie!

Derrotado por la enfermedad, me encuentro en mi cuarto en monacal reclusión desde el miércoles por la noche. Parece ser que mis ratos por Colonia el fin de semana pasado me pasaron factura, principalmente aquellos en los que estuve por la calle sin bufanda y con el cuello al viento. Cruel venganza, injusto castigo, sobre todo porque me he quedado sin ir al viaje de Copenhague que había organizado para estos últimos días de la semana, aunque esto último es una historia más bien compleja que ha tenido un final cuanto menos imprevisto. Más sobre ésto en otros foros.

Así que aquí llevo desde entonces, reposando, y habiendo faltado dos días al trabajo. Que sirva mi ausencia al deber como merecido descanso que ya tardaba en llegar, porque desde el 1 de Noviembre sólo me he cogido un día de vacaciones. No me he dedicado a malgastar el tiempo estos días, nada más lejos: he ventilado la tercera temporada de Dexter y he llegado a la mitad de la cuarta. Gran serie Dexter, aunque la segunda temporada sigue siendo la mejor hasta el momento, la cuarta no tiene pinta de ir a remontar mucho más. También ha caído el último capítulo de How I met Your Mother, el de The Big Bang Theory, he vuelto a ver UP, he repasado los mejores vídeos del APM en Yotube, y en general me he dedicado a dormir.

Si la memoria no me falla, hace un año también me puse malo en Finlandia. Entonces todo fue mejor, tenía un compañero de piso que me echaba un ojo, al menos más de lo que lo hacen mis actuales vecinos, que no saben ni que estoy enfermo. Siguen dedicándose a hacer fugaces apariciones por el pasillo para ir al baño o a la nevera, para luego desaparecer en cuestión de microsegundos. Es complicado mantener una conversación con ratas escurridizas, más aún si son austríacos tronados de la cabeza o alemanes insociables. Cualquier tiempo pasado fue mejor, en lo que a compañero de piso se refiere. Hago un llamamiento a mi antiguo compañero de piso en Finlandia para que se venga a vivir conmigo a Hamburgo.

Devaneos aparte, me dedicaré estos días a estudiar alemán, y a aprender a manejar Latex, ya que mi supervisora de proyecto de la Faculatd ya me pide que le envíe cosas por escrito. Mientras tanto, la gente estará de fiesta en la Europa, en Copenhague o en Reeperbahn. Cogeré fuerzas este finde para recuperarme, si el antibiótico no me destroza antes, y empezaré la semana con fuerza. Deseadme suerte.







Lamento haber retrasado tanto la publicación del post, pero llegué de mi viaje a Colonia en unas condiciones físicas lamentables. Dejo aquí la crónica de nuestra fugaz excursión a sus famosos carnavales.

Levantado por mi despertador el sábado a las seis y media de la mañana, me dirigí hacia la Hauptbahnhof para coger el tren sin ninguna clase de equipaje. El no llevarlo se debía a que el alojamiento en Colonia estaba completo desde hacía meses y no era posible dormir allí, a falta de conocidos que allí vivieran, quedando como única opción el trasnochar en algún lado y volver el domingo a Hamburgo. Así que allí nos plantamos todos en la estación central de Hamburgo a las siete y media de la mañana, listos para organizarnos en grupos de cinco personas y comprar el Schönes-Wochenende ticket, que permite viajar por 35 euros por toda Alemania, eso sí, usando únicamente trenes regionales y en ningún caso alta velocidad. Cruel trampa esta, que nos llevó al más extremo de los cansancios. Por delante teníamos seis horas de viaje hasta llegar a Colonia, con cuatro incómodos transbordos. Por suerte, la compañía era inmejorable en su mayoría, salvo puntuales personajes añadidos a última hora con los que sólo cabía hacer chistes sobre ellos y sus circunstancias.

Gracioso el viaje de ida, con una constante charla animada que ameniza el paso de las horas en el tren, chistes malos, cotilleos de última hora, historias chanantes y piques perdonables, además de bocadillos de nocilla con olor a chorizo y varios kilos de mandarinas provistas por Luis y Celia, cuya vitamina C no evitaría el catarro que cogería en escasas pocas horas.

Prácticamente llegados a Colonia, nos pusimos nuestro disfraz, consistente en un gorro que se asemejaba a una maceta de la que salían curiosas flores. El disfraz pudiera en un principio tener poca gracia, si no fuera porque llevábamos el mismo otras seis personas, a las que hay que sumar la regadera que nos acompañaba, bajo la cual se escondía Álex. En la foto, los flower-power, esperando al último tren que nos llevaría a Colonia, a la que llegaríamos casi a las tres de la tarde.

Una vez allí, nos dedicamos a deambular por la Hauptbahnhof sin motivo ninguno, y aún a día de hoy algunos todavía no nos explicamos cómo pudimos perder hasta tres horas dando vueltas por sus alrededores sin hacer nada en particular. Mi teoría es que íbamos demasiados, mal asunto. Después de que el grupo se separara, algunos nos fuimos a ver la catedral de Colonia, única cosa que ver en la ciudad después de que quedara casi rasa después de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, suerte que no tocaron la catedral. Realmente imponente, lástima que estuviera cerrada por carnavales. Las calles, llenas de gente disfrazada de cualquier cosa: desde una chica en albornoz que se paseaba como recién salida de la ducha, hasta vacas y abejas, pasando por los habituales monstruos carnavalescos e infinidad de quimeras salidas de los más profundos infiernos, además de múltiples bandas que iban recorriendo calles y plazas para tocar animadas canciones de carnaval.

Dedicamos nuestro tiempo visitar un Penny para lo obvio, y a pasear por una ciudad en la que, como he dicho, no hay nada que ver salvo la catedral. No tengo recuerdo muy especial de lo que pasó hasta que decidimos ir ya entrada la noche hasta Zülpicher Strasse, calle que tenía fama en Hamburgo por ser lugar de reunión de estudiantes y tener pubs a su largo y ancho. Copia barata de la inimitable Reeperbahn en Hamburgo, que deja a la susodicha calle a la altura del betún y un poco más abajo. Nos metimos a un pub en el que, justo esos días, habían decidido cobrar entrada, porque el negocio es el negocio, más si es Carnavales, Pascuas, o cualquier fiesta que pueda engrosar los bolsillos de los empresarios más espabilados de una u otra forma. Allí permanecimos hasta que mi cuerpo dijo "hasta aquí has llegado hoy", momento en el que me dirigí hacia la estación central de Colonia para coger el tren de nuevo, esta vez junto con Sofía, Yelko, Ángel, Celia y yo. Si el viaje de la ida fue cansado, el de la vuelta fue lo más cercano a un suplicio persa, con una duración de ocho horas y un total de cuatro transbordos. Sin embargo, puedo decir que la vuelta fue de lo mejor del viaje y cuando más me pude reír.

Balance del viaje: mi buen amigo Luis, natural de Graná, dice que fue un EPIC FAIL, aunque yo no me atrevería a decir tanto. Eso sí, puedo decir sin temor a equivocarme que los carnavales han sido de una decepción tal que no volveré a no ser que sea en el día del famoso desfile, que fue hoy lunes.  La supuesta animación de la que Colonia presume tener en carnavales es la misma que hay en Hamburgo cualquier sábado por la noche. Como siempre, lo mejor de estos viajes siempre es la gente con la que vas, aquí también se ha cumplido la regla. Dejo aquí una foto con Luis, incansable compañero cervecil pero también en otras empresas. La semana que viene, viaje a Copenhague, nueva crónica para entonces.


Cierro el post un día 16 de Febrero cualquiera. 


Llegó Febrero, y con él más nieve, menos frío, más trabajo que el habitual, y nuevos compañeros de piso, en detrimento de mi convivencia con mis vecinos chinos, que se fueron con el nuevo mes junto con la alemana tarada.

Tarde de domingo rara, como diría la canción, en la que me dedicaba a ver Dexter, cuando alguien llamó a mi puerta. No es habitual que esto pase en mi pasillo, mucho menos un domingo y a esas horas. Abrí mi puerta, y me encontré con dos sonrientes caras, la de un chico rozando los 30, y una chica de edad similar con un inquietante parecido a Ángela Lansbury. Se presentaron muy cordialmente y me dijeron que eran mis nuevos vecinos, ambos venidos de Austria, y según lo que llevo observando estos días, son aparentemente pareja de hecho. Al principio se lanzaron en alemán, pero conseguí frenarles a tiempo para evitarles la sensación de estar repitiéndose cuando me volvieran a contar lo mismo en inglés. En realidad algo les había entendido, pero para no hacernos perder el tiempo mutuamente, más rápido si era en inglés. Es más que sospechosa la coincidencia de esta pareja en la misma residencia en el mismo piso, tengo la teoría de que han sido beneficiados por alguna clase de enchufe. Viven ahora en sendas habitaciones ocupadas anteriormente por los chinos, que por suerte se han ido para no volver. No echaré de menos las lagunas al lado de la ducha, los largos pelos negros en cualquier parte del baño, y el ruido de sus máquinas especiales para preparar el arroz, sin mencionar los atascos en el fregadero de la cocina debido a cantidades ingentes de algas que comían.

Me enteré hace pocos días de que la habitación que ocupaba mi amigo indio, y que tristemente se ha marchado a Nueva Delhi, la ocupa ahora un alemán al que ví por primera vez ayer, con lo cual no tengo opinión formada acerca suya. Se dedica a hacer apariciones fugaces entre su cuarto y la nevera de la cocina, y también al baño. Enfrente mío, donde vivía Enresto, de Argentina, vive otro alemán que no habla con ninguno de nosotros alvo con alguien al otro lado de su teléfono móvil. Ningún interés en profundizar en esa amistad. También hay otro alemán con una apariencia que se asemeja a la de Mr. Potato, y que en ocasiones hace gala en el pasillo de originales esquijamas que dibujan curiosas formas.

Queda sólo por contar detalles acerca del alemán que ha venido a vivir justo al lado de mi habitación, ocupada durante un tiempo por un neozelandés y justo después por un ruso que se fue para alivio de todos. Alemán simpático donde los haya y que da animada conversación, intercalando algunas frases que aprendió en unas vacaciones en Lloret de Mar, en su mayoría verdes. Dice que estudia para unos exámenes que no acaban de llegar, pero mientras tanto se pasa las horas muertas tumbado en el sofá de la sala común y viendo la televisión alemana, que aunque pueda sonar increible, es mucho peor que la española. Todo programas derivados del 50x15 y abundantes concursos de telerrealidad.En general, todo bastante kafkiano.

Breve apunte en lo que concierne al trabajo: se complica el proyecto cada día, fundamentalmente porque tengo que utilizar herramientas que no conozco, como son el VTK, el ITK, y otras para manejar segmentaciones del hígado a las que ya les cogí el truco. Siguen sucediéndose las reuniones con Nicole semanalmente en la que tengo que dar cuenta de lo que he hecho, y de paso explicarle mis problemas a alguien del departamento que me pueda solucionar parcialmente la vida.

Próximamente, el esperado viaje a Colonia con motivo de los Carnavales, que promete ser un viaje destroy, más detalles a mi vuelta el domingo.

Gran fin de semana este que ahora termina. Reencuentro con amigos alemanes de mi año en Finlandia, y a los que tenía muchas ganas de volver a ver. Hace unos días Annegret nos escribió a la comunidad alemana de Lappeenranta y a mí pra invitarnos a su cumpleaños. No me lo pensé demasiado, y a pesar del intolerablemente caro billete de tren, me fui hasta Essen el sábado por la mañana.

Después de tres horas de viaje, llegué por fin a Essen, donde ya me esperaba Annegret en el andén de la estación. Emotivo reencuentro, recuerdos de historias del año pasado, intercambio de novedades de amigos comunes, y esa clase de cosas que tanto me gustan y de las que no me olvido.
Eran las cuatro de la tarde cuando llegué, así que hasta que llegara Sebastian a las seis, nos fuimos a dar una vuelta por Essen. Poco que ver, porque todo lo interesante que había se lo cargaron los ingleses cuando bombardearon la ciudad. Después de las compras, estuvimos haciendo tiempo en el Starbucks, en el que  además tuve tiempo para practicar mi alemán con Annegret. Llegado Sebastian a la estación y después de otro emotivo reencuentro, fuimos para casa de Annegret, a las afueras de Essen, en donde su hermana ya estaba preparando la barbacoa. Mucha comida, y sobre todo mucha bebida, fundamentalmente cerveza  Krombacher. 



En la fiesta era el único español, porque, por supuesto, el resto eran todos alemanes o alemanas. En esta clase de situaciones la gente siempre intenta enseñarte nuevas palabras o expresiones por eso de que eres extranjero. Sebastian me hizo el favor de apuntarme varias en un papel, todas ellas tacos o cosas sucias. Ya me las he aprendido todas. La fiesta se prolongó hasta altas horas de la noche gracias a una ingente cantidad de comida que iba a parar sin pausa a la barbacoa, y varios drinking games en los que los alemanes son tan buenos, con juguetes de por medio para hacerlos más complicados. 

Al día siguiente, un poco mareados, nos comimos lo que sobró de la noche anterior mientras veíamos la televisión alemana, que, aunque pueda parecer imposible, es más lamentable que la española. Reality shows a todas horas y programas derivados del 50x15, aunque la parte buena es que se oye alemán. Hoy, a las tres de la tarde, ya estaba camino a la Hauptbahnhof de Essen para coger el tren que me llevaría a Hamburgo.
Inolvidable fin de semana este. Una pena que ni Tobias ni Nils pudieran ir, pues parece ser que estas semanas está de moda irse con la familia a esquiar a Austria. Lástima que no vayamos a vernos en los carnavales de Colonia, aunque ya hemos hecho planes para vernos pronto en Hamburgo, así que no me preocuparé por echarles de menos todavía. Gran finde.

La verdad es que es lamentable, pero he tardado cuatro meses en ir al Stadtpark, que está a unos pocos metros más allá de la parada de metro por la que todos los días paso. Nunca encontré el momento para ello. Hasta ayer.

Después de que volviéramos a ser víctimas de otra insufrible nevada en Hamburgo, decidimos levantarnos de nuestras camas el sábado por la mañana para ir al Stadtpark, un parque muy grande, para hacer el mono con la nieve. Sobrepuestos de los estragos que había causado en nosotros la fiesta de cumpleaños de Jona de la noche anterior, nos abrigamos convenientemente y para allá nos dirigimos.

Pasaba la mañana entre indiscretos bolazos de nieve, emboscadas y empujones traidores, cuando dos personajes que por allí pasaban decidieron lanzarnos unas elaboradas bolas de nieve. Lo de elaboradas no es tontería, porque la nieve era de una calidad tal que no permitía hacerlas en condiciones, por ser la materia prima poco consistente o arenosa. Sin embargo, estos dos se las habían apañado para hacer bolas de nieve compactas y, eventualmente, dañinas, como pude luego comprobar. "Tienen que ser alemanes, están curtidos en estos menesteres" dijo alguien, "Que alguien les diga auf deutsch cómo se hacen así las bolas" dijo otro. Y así echamos un buen rato batallando con aquella pareja de alemanes. Y, como el roce hace el cariño, cogimos confianza y les pedimos que nos llevaran al famoso Planetarium del Stadtpark, tarea difícil en el laberinto de caminos y árboles que es el parque. Curiosa pareja de alemanes, que acabaron con el teléfono y facebook de todas las que nos acompañaban, y una invitación a la fiesta de la Europa Haus que había esa noche de sábado. No fui testigo de lo que pasó en la susodicha fiesta, a la que no asistí por agotamiento físico, pero llega a mis oídos que se les vió sospechosamente integrados en el ambiente, a base de bailes locos y conversación vacía.

Reencauzando el post, en el Stadtpark nos subimos a la terraza del Planetarium para disfrutar de unas impagables vistas de Hamburgo, y tirarnos unas cuantas bolas de nieve más antes de ser echados de allí, porque aparentemente estaba prohibido subir hasta allá arriba.

Y con lo que respecta al resto de días, para mí el fin de semana empezó esta vez un poco antes, porque me cogí el viernes libre con las horas extra que había hecho. Así, quedé con Nuria y Celia para ir al Alster para caminar sobre él una vez más, y luego comer con la gente en la Mensa, o comedor universitario, en el que por cierto nadie comprueba que seas universitario. Tengo como prueba que yo no pagué más que el resto de estudiantes de la universidad de Hamburgo, pero tampoco el mendigo que por allí había comiendo. Poca diferencia entre la comida servida en Philips y en la Mensa, y no descarto que se pongan de acuerdo ambos para hacer el menú diario. A la comida siguió una sobremesa de casi cuatro horas, y después de un paseo por el centro, fuimos hasta Allermöhe (comunmente apodada Mordor por lo escandalosamente lejos que está) al cumpleaños de Jona, natural de Valencia, y que nos hizo pasar una divertida velada de la que tengos pocos pero graciosos recuerdos. Amplio reportaje fotográfico, como siempre.

Hoy domingo poco o nada que contar, más que me he acercado a la Europa Haus a ver UP en casa de Alex, que siempre nos engorda a base de tartas de manzana. Muy rica la tarta Alex.